Monday, June 19, 2006

Algo de eso

Y se fueron apagando una a una todas las luces de la casa.
Primero fue la de la cocina. Si supieran compañeros lo difícil que es cocinar a oscuras.
Luego el baño, y los cuartos.
Mi cuarto no soportó la penumbra de junio. Los vidrios mojados de lluvia y humedad. Si bien adentro no hay calor, estoy yo y es demasiado.
Ya no se puede ver nada, y la música sigue su trayecto unilineal, reproductor-aire-oído-cerebro. De esta última estación no estoy tan segura.
Canta el cantor, aunque no pueda comprenderlo.
La penumbra de afuera por ósmosis me penetra, y soy yo otra luz que se apaga.
Llorar... otra vez. ¿Ven? Todo es igual. No, ya sé que no ven. Yo tampoco veo. Quizá por eso lloro.
Ellos tienen un país, verde y lleno de vida. Ellos se lo quedaron. Y yo que los vi llevárselo, como ahora se van con mi luz, no pude hacer nada.
Gritar fue peor, y escribir, es bien difícil a oscuras.
Pero el poema sigue allí, en la cabecera de la cama, en la mesita de... ¿de qué? ¿de penumbra? en la mesa de cama.
El poema me mira inconcluso, y no me animo a abordarlo. Quiero quedarme en esta orilla sin moverme. Allá estás vos compañero, pero hoy no podré alcanzarte. Hoy tengo el miedo que ellos lograron dejarme.
El poema me mira, me invita, me exige ser escrito, y aún sólo tengo la primera estrofa y la última.
- Es suficiente- habría dicho mi madre.
Pero sé que no, que su condesendencia es amable, pero este poema no está terminado. Hay palabras allí, en el portafolio, en la carpeta gris, que escondí para no verla. Que ahora a oscuras no encuentro, pero escucho. Por eso no puedo entender al cantor. Porque las palabras se mezclan con los acordes de su guitarra, y este poema que quiere ser canción, que quiere ser, me mira desde la almohada.
Compañero, ellos se quedan con mi luz, y yo debo escribir a oscuras.
Compañero, esperáme en la otra orilla, yo iré en algún momento, cuando pueda atravesar esta nube, cuando aprenda las distancias y sin tantear paredes llegue a vos. Cuando mi oído se aguce e identifique tu voz por sobre los acordes del cantor, por entre las palabras del poema.
Cuando ordene todo este desorden y logre encender la luz, voy a cruzar corriendo este río de asfalto y me voy a parar en el mismo escalón que estás parado vos, para que gritemos juntos estas verdades.
Cuando vos existas realmente y no seas una simple necesidad de esta retórica angustiante. Cuando seas de carne y no de papel. Cuando cruce, cuando vea, cuando pueda, cuando exista... yo, vos, la luz, la verdad. Algo de eso.

Wednesday, June 14, 2006

El duelo de dejar lo que duele o dejarlo que duela

Hay algo que duele, evidentemente. Entonces las opciones.
La primera, obvia, resignarse, aguantarse estoicamente las puntadas en los riñones o en el alma y seguir silbando bajito. Respirar rápido, hasta que se pase. Porque pasa. Sana, sana. ¿Y si no pasa hoy? Pasará mañana.
Aunque a veces no soy tan valiente, a veces no soy tan paciente. Entonces me animo y dejo el dolor, renuncio a las luchas que no puedo ganar. Y eso también es difícil. Dejar el dolor, sentirse de a poco cómoda como antes. Y ya no recuerdo cómo era eso.
Animarse a ser cobarde y quedarse en casa con la estufa prendida. Porque se sabe que es solo un rato, que luego habrá que salir a mojarse con lluvias frías, sin paraguas ni techos. Y habrá más dolor, dolores nuevos y viejos. Pero este no, este ya lo habremos abandonado.
Entonces nos da un poco de lástima, casi que nos hemos acostumbrado a sentirlo, a quejarnos, a que nos duela más de noche, cuando no se escucha más que el ruido de las propias entrañas.

Hay que decidirse, por una opcion o por otra. No se puede todo en la vida.

Hoy me inclino más por la primera opción, porque la segunda la probé y aún no pasó lo que pasará mañana. Porque no puedo esperar más que me haga efecto la aspirina, porque no tengo más fuerza. Entonces dejo lo que duele, como te dejé a vos aquel otro martes lluvioso. Y si aquello o vos mismo, dejás de doler lejos mío, y si yo me entero y les creo a vos y a la falta de dolor, quizá, solo quizá me anime, atraviese el duelo y vuelva.

Saturday, June 03, 2006

La viruela solitaria


El sol hace dos días que no está. Y mis ojos están igual que las ventanillas del colectivo. Se empañan y chorrean gotas anónimas.
Cuando no se puede mirar para afuera no hay otra que mirar para adentro.
Respirá hondo Macondo.
Y aunque Mario crea que mañana saldrá el sol en la esquina de mi casa, en la puerta sigue y seguirá lloviendo.
Si solo pudiera sentarme un ratito y llorar tranquila, sin tener que correr.
O si pudiera correr contenta sin querer llorar.
Si pudiera no querer por completo, o querer exactamente lo contrario a lo que quiero, estaría bien. Porque la puta vida solo te da lo contrario, lo opuesto, lo inverso Alicia del Espejo. Eso te da. Entonces es un ejercicio de voluntad, convencerse de lo contrario. Y no hablo de mentirse. Sino verdaderamente desear lo opuesto, a tal punto que cuando la felicidad se nos aproxime tenga sabor a frustración, a fracaso.
Y ser infeliz con el triunfo, pero triunfar limpiamente. O ni siquiera triunfar, sino estar un poquito menos sola.
Entonces me esforzaré, a pesar de la falta de sol, en querer eso mismo, o mejor dicho todo lo contrario.
Querer exactamente lo que no quiero. Pura psicología inversa.
Y en el peor de los casos, cuando llegue lo que sea que el futuro nos depare, ya no sabremos bien qué era lo mejor, qué queríamos. No tendremos más opción que conformarnos. Quizá eso sea lo que hace que tanta gente olvide sus sueños. O quizá solo sea que simplemente no duermen, porque siguen corriendo.