Saturday, October 21, 2006

Sonia y la memoria

Algo ocurrió esa tarde, algo colapsó frente a sus ojos. Y Sonia pudo ver todo más claro, más claro.
El peso sobre sus hombros, ¿dónde había quedado? Y aceptó todo el dolor como una precondición en letra pequeña.
Esto le permitió recordar, casi sin proponérselo, y todas esas imágenes se fueron disponiendo pacientemente ante ella, sobre ella. Una por una, sin apretujones innecesarios.
El viaje en colectivo sería lo suficientemente largo como para concluir ese otro viaje.
Entoces se acordó de todo. No, no fue Sonia quien se acordó. Fue alguien más, quizá yo, quizá la circunstancia. El recuerdo era activo por sí mismo, y ella era quien lo recibía. Lo observaba, lo escuchaba, lo olía y tantas otras cosas más.
Ahora que intento poner palabras a esta situación por la que pasó Sonia ayer, todo lo ocurrido, ese colapso primero, se asemeja a la cañería de una pileta (Lavabo diría mi amiga de España)que tapada por meses y meses, por cambio en las presiones de los platos puestos por encima, o del agua misma que sale de la canilla, se destapa. Y todo en sus ojos colapsó con la misma fuerza, con el mismo sentimiento después de la impotencia. Alguna vez me dijeron que esto ocurre con las operaciones de Glaucoma, no sabría asegurarlo, luego supe que todo fue mala praxis.
Pero el colapso de Sonia fue tan grato, tan de repente, que por un momento no había que nombrarlo, no había que seguir. Y el colectivo frente a la barrera baja lo permitía.
Luego el recuerdo visual y patente. Todos sus amores, esos otros que terminaron bien quizá porque nunca comenzaron realmente. Las obsesiones adolescentes, los deseos más carnales, la fraternidad que transforma el vínculo, y Bruno, claro.
Bruno pertenecía a un orden distinto y la única razón por la cual fue evocado en esa lista imperfecta de imágenes sensoriales (¿es posible que exista otra clase de imágenes?) residía en lo inconcluso. Y lo inconcluso que es también impotencia, como la de la cañería tapada, es posibilidad. "Siempre existe la posibilidad, lejana, pero no imposible, de otro modo no sería una posibilidad", decía la maga cuentista, y detrás ella la música y el cuerpo.
Bruno y esa sensación de infancia, esa sensación ambigua de eternidad construida. Ese candor. Bruno, y quererlo porque sí, por el placer simple que implica querer a alguien. Y no intentar siquiera transformar nada, destapar la cañería, porque Bruno...
Sonia dejó caer lágrimas frías aún sonriendo. Y fue raro, porque justamente esto que no puede explicar es lo único que entiende.
Sonia fue escrita tantas veces en situaciones diversas, Sonia ya está completa de punta a punta, con café de por medio, con boinas y cigarrillos de Bruno, que ahora por las leyes no van a ser en el café.
Pero liberarte Sonia, hacerte ajena, es tan difícil. Es someterte al juicio, pero sobre todo, abandonar a Bruno. Por eso es que no puedo, porque Bruno...
Y Sonia asiente, comprende. En su mutismo sabe que mis manos expresan lo que ella no puede. Y Bruno...
Bruno está, ¿acaso no es eso suficiente?
Sonia tocó el timbre y el colectivo se detuvo. Bajó, caminó y se hundió en el papel que luego guardé en mi bolsillo.

Saturday, October 14, 2006

Fiebre de sábado a la tarde

El agua en la pava para el mate hervía. La dejé hervir un rato largo. Quizá cuando llegue ya no quede agua. Y deba poner de nuevo el agua en la pava. Abrir la canilla, dejarla correr, dejarla correr.

Ya escribí estas palabras pero el agua no hervía, sino todo lo contrario. Y entonces había ciervos mirando, persianas, y vecinas. Pero ahora el agua hierve y de pronto la cocina está demasiado lejos.
Creo que tengo fiebre, es posible que tenga fiebre, y me quedaré en cama, esperando curarme para el martes, cuanto antes, para el deber que es deber y no espera.
Me curaré como sea, pero hoy el agua hierve y me voy a la cama. Me tapo con el acolchado aunque no haga frío.
Quiero jugar con rompecabezas, quiero que mamá me compre la revista billiken o anteojito, o mejor, chiquicosmik. Quiero mirar dibujos animados y no reirme, porque no puedo.

Y ahí estaban los ciervos mirando, mirando. Y yo cebaba mate frío, pero ahora el agua hierve y si cebo así el mate se va a quemar la yerba.
Mejor empezar de nuevo, tirar lo que quede del agua y volver a encender la hornalla. Mejor ni siquiera apagarla y llenar rápido la pava con agua nueva. Agua nueva.

Y ahí en el fondo hay dos o tres ideas, que tendrán su tiempo de espera prudencial. Ahí en el fondo hay dos o tres deseos que quizá nunca se verbalicen. Alguien podría pensar que no verbalizar los deseos es la única forma de que se cumplan. (no lo digas que sino no se cumplen) ¿o es al revés?
El deseo existe igual aunque no se diga, y se irá evaporando de a poco, hasta que no exista más.

Entonces mejor ir a la cocina de una vez por todas y llenar de nuevo la pava. Empezar a esperar nuevamente, hasta el momento justo antes de que hierva, cuando aún se pueda cebar el mate, cuando se pueda.

La espera, el mate, la pava, el agua que hierve, el deseo... ahora que veo todo escrito noto el lazo semántico mucho más claro. Pero entonces vuelvo a eso que fue escrito antes, a los ciervos, y al helecho, y no logro comprender qué relación existe. No logro entender qué pueden tener en común un montón de ciervos que miran, un mate frío y un helecho seco. De todos modos la sensación es la misma, me voy a la cama a dormir la fiebre.

Thursday, October 05, 2006

Clasificado

Voy a alquilar un rincón
para vivir tranquila.
Para despertarme cuando quiera
y rodar por el piso.
Para plantar flores secas
y recolectar postales.
Para pintar las paredes
siempre de un color distinto.

Voy a alquilar un rincón
que no quiera nadie
para que nadie me lo pelee
y que sea solo mío.
Para compartir cuando quiera
si es que alguien quiere hacerlo.

Iba a alquilar un rincón
con todas esas características
con ventanas redondas
y cortinas desteñidas.
Pero mejor no
son tantos los riesgos.

De que venga fallado
humedecido en los cimientos
de que venga habitado
con presencias inalterables y ajenas
de que venga diferente
a como lo imaginaba.

Iba a alquilar un rincón
pero mejor no alquilo nada.

Sunday, October 01, 2006

Cuarto menguante

Había sol sobre la vereda y baldosas fijas. Había árboles floridos, y ácaros amenazando. Habían peatones apurados y tareas por cumplir. Había carteras repletas de papeles y un cuento viejo escondido en un cuaderno cerrado. Había un calendario que insinuaba que ya un año, ufff ¿ya?. Sí, mejor, mejor. Ya pasó y sana sana colita de rana, que si no sanó ayer sanará mañana.

Los pasos presurosos sonaban tacón-baldosa-tacón-asfalto. El semáforó, el colectivo repleto, los niños angustiados y la mediación necesaria. El semáforo, el colectivo repleto, y la clase, la otra de pasividad exagerada, de palabras flotantes y dibujos desgraciados. El semáforo, el colectivo y ya no había sol en ninguna vereda.

La luna recontra menguante se colgó de los árboles, se escondía, y mis ojos cansados llenos de polen la buscaron a pesar de la tortícolis.

El semáforo, el colectivo ahora vacío, no pensar, no pensar. Tan cerca, tan lejos que creí verte entre un grupo de gente. Creí, pensé, dudé... entonces lo supe.
Volví a casa, algo consternada, volví a mirar el calendario. ¿Un año ya?. La duda era una certeza inesperada, ya no te recordaba. No podría distinguir tu cara en ninguna multitud, no identificaría tu voz en el teléfono.
Me abrazó una angustia tranquila, rara. Ya no era menester olvidarte, porque ya había sucedido, incluso a pesar mío.

Y te busqué igual, algo enojada con mi humanidad, y solo encontré retazos de algo que tuvo sentido, papeles borroneados, mezclados con otros olvidos. Los aromas, los sonidos, las palabras... si bien aún mi piel guarda registro, no podría estar segura, no podría parar a saludarte. Por eso seguí caminando, hasta casa, por la vereda de luna menguada. Habría estado bien, sería poético, que lloviera, pero no. Las baldosas secas y el semáforo implacable, y mi memoria humedecida, y esta angustia tibia, este duelo consumado, esta sensación de conclusión, de confusión.

Ahora presiento que entre el recuerdo y el olvido no hay mucha distancia. Que se olvida tanto en el acto mismo del recuerdo. Que se recuerda tanto de lo que se creía olvidado. Que lo que guardo en mí de vos, es más bien una creación mía, por eso no podría saludarte. Si no fueras vos, moriría de vergüenza.