Wednesday, January 02, 2008

Sueño de una noche de verano

Hizo tanto calor anoche que dormí de a ratos, como saltando, pero sin saltar, por el calor ¿viste?
El sudor en mi espalda que se enfriaba con el viento del turbito minúsculo que tengo a los pies de mi cama me asustaba. En mi cabeza el mandato materno "cuidate, si se te enfría el sudor te podés enfermar".
El mandato materno más fuerte que la presión del calor. Entonces la sábana, por lo menos en la espalda, cuando mi espalda daba su frente al ventilador.
Dormí de a ratos y soñé poco, durante la noche. Por la mañana seguí durmiendo, así de a ratos, y soñé más.
Tuvimos que subirnos de golpe a cualquier auto, cualquiera. Pararlos en la ruta, pedirlos prestados. Tenían que ser dos autos, por más que entráramos todos en uno, porque a la vuelta seríamos muchos más. Dos autos buscamos.
Muchos automovilistas nos sortearon, pudieron no frenar. Un auto, un pequeño auto amarillo, un Volksvagen (o como se escriba porque ahora me doy cuenta de que nunca tuve la necesidad de escribir esto, pero sí lo pronuncié, y es tan lindo pronunciarlo). El otro auto estaba pintado de varios colores. Yo iba a manejar, pero no lo hice, porque alguien se desesperaba por hacerlo.
Yo quise ver qué llevaba en mi mochila. Y sí, tenía el equipo de mate, pero el mate estaba sucio y el termo, los termos vacíos. Desde ese momento sólo me preocupaba la suciedad del mate, sin bolsa de polietileno, en mi mochila. Ahí recordé que debería haber agarrado una bolsa, cuando agarré tantas cosas del aula, cuando estaba ordenando, el desorden constante, el armario vacío, los niños, los niños, por todos lados.

"Vamos a tener que subir por acá". Dijo el conductor. Ya no podíamos distinguir dónde se encontraba el otro auto, a ellos debíamos seguirlos, pero los habíamos perdido. Entonces el imperativo era llegar, llegar, a tiempo, como sea. Había algo de persecución, pero no necesariamente estaban detrás, estaban arriba, en todos lados. La persecución era ese imperativo, ese tiempo, y ahora esa colina empinada.
Subimos igual, el auto no resistiría.
Subimos igual, pero no hay camino.
Subimos igual, y casi la muerte, casi el vacío.
Cambiarnos de carril, aunque sea de contramano. Para llegar, porque es más peligroso el fin del tiempo que el vacío, que la muerte.
Llegamos.
escaleras blancas de yeso. gente conocida y gente que no. todos haciendo ladrillos de dulce de leche. todos abocadísimos a su quehacer. concentrados.
Extraje de mi mochila un bizcochuelo, enorme, lo partí en mil pedazos, y los obreros vinieron a merendar.
Allí estaban ellos, entre los obreros, allí estaban y recién ahora me doy cuenta de que los extraño tanto. Que ella tuvo un hijo que lo llamó Lucas, y es tan pequeño, pero no tanto como para que yo no lo supiera. Dios, cuánto los extraño, y no es justo llorar, no quiero llorar. Y lloro, y no puedo dejar de llorar. Porque nos prometemos que nos vamos a ver más seguido, juramos que ni bien termine la merienda nos vamos a pasear por algún lugar. Pero lloro, porque sé que es mentira, no podría explicar por qué es mentira, pero lo sé. Tampoco puedo explicar por qué lloro, pero lloro.
No les voy a decir que en mi mochila tengo un paquete enorme de Chocolinas. No les voy a decir nada, y se las voy a dejar cuando me vaya, casi por descuido, para que piensen que es un milagro, y puedan merendar mañana.
Tengo miedo de la colina esa, a la vuelta. Será hacia abajo.