Había necesidad de volcar, en papel, lo hecho. Pero ahora que pienso no será conveniente dar a conocer por completo. Y de darlo debe ser cifrado.
Antes de empezar, por tanto, debo definir, crudeza y ocultamiento, o cifrado y publicidad.
No sé, no definire hasta que termine. Estoy bastante cansada de esta tendencia casi ontológica a definir de antemano lo que se va a hacer. Si de algún modo o de otro termino contradiciéndome y cambiando. Entonces me frustro. Mejor sería no decir, no proclamar.
"Ella no puede, porque es una estómago resfríado" Dijo alguna vez mi abuelo paterno. Y no, no dijo eso sólo, también dijo que soy caída del catre, y pregunté en casa a mamá qué era eso, y ella se indignó, "quién me había hecho tal acusación"
Entonces mi vida entera se debatió desde ese momento, y quizá mucho antes, en comprobar ante el mundo, en un estornudo universal, cuán aferrada al catre estoy siempre.
Yo soy viva, yo sé, yo puedo. Lo que no sé lo aprendo.
Aprendo entonces a mirar, y a decir muchas cosas que voy mirando, que descubro.
Aprendo a pensar sobre lo que vi, a inventar historias pero también a relatar las que otros inventaron. (Lo maravilloso de estas dos afirmaciones es que refieren a múltiples universos por los que me muevo, entendiendo claro está, en las condiciones en que me encuentro, movimiento no solamente como desplazamiento por el espacio físico sino, y por sobre todo como un estado anímico, como una forma de percepción de la realidad, si existiera tal cosa como un estado de movimiento y como realidad, por supuesto).
Aprendo que es bueno leer, y no me alcanza la vida para leer todo lo que puedo.
Aprendo a jugar con las palabras, escritas y dichas, por placer, con intención, con miedo.
Aprendo a mirarme, de a poco, como quien descubre un secreto, o va viviendo, y no me miro por mucho tiempo, y me invento, y me pinto, así como pinto a todos los otros (body painting) que voy cruzando.
You Live, You Learn... IIIIII recomend walking naked in your living roooooooom. Decía Dios.
Pero no digo, que te vi, que fui a verte, que fui a verme, yo. Me vi desde acá, hermosa, hermosa, miré en la calle mi sombra y me pareció tan ajena que me encantó. No me supe yo en el espejo de la entrada de mi casa. No me supe yo, y no me sé hace rato. Pero juego, juego.
Siento que la que me sé yo misma vendrá en cualquier momento, con su barril de lágrimas y sus copas de cristal. Siento que la que me supe (y temo ser) vendrá en cualquier momento con sus largos vestidos negros y su pesadez a desbaratar el juego entero. A decirme que ya basta de okupas, que mi cuerpo debe volver, debe volver a ser lo que era antes.
No pensé decir esto, pero lo dije.
Y sí, es el alma de gordita.
No sé bien qué fue pasando en mi cuerpo, tuve teorías certeras, que se evidenciaban en la forma de alimentarme que cambié, en algo de ejercicio mínimo, entiéndase por eso lo que quiera entenderse. Pero ya no sé bien. Porque de a poco me voy olvidando del antes, aunque bien recuerdo el momento en el que vi la balanza y tuve mucho miedo, de pasar esa barrera infranqueable, y paré, y sentí ajeno el peso, y lo quisé dejar.
Y sentí ajeno el cuerpo que dejé.
Esa sensación de extrañeza horrible, es el único terreno sobre el que es posible construir. Eso que no es mío ya me da paso para dejarlo de lado. Y asi fui dejando mi cuerpo, de a poquito. Pero ahora es la imagen, y nunca pensé que esto sería aún más difícil, porque es difícil verse, cuando uno espera tantas cosas, espera el color del colectivo, espera una sincronía aproximada de semáforos, espera que después del 5 venga el 6, y después de este el siete, casi como una especie de fe que si algo la perturbara no sería capaz de ser percibido porque uno ve lo que espera. Entonces lo inesperado siempre es áspero, pero la única forma de construir.
Fue inesperado verme como ella. Y acá vuelvo. Cuando la vi, porque quería verla, y aunque me importe (dígalo yo) demasiado poco, o eso pretenda, me pareció parecida. Y esperé verla ajena, lejana, extraña. Y me extrañó lo no extraña.
Tuve miedo, porque me vi en ella como no me había visto en el espejo de la puerta de casa, porque hoy salí a jugar disfrazada, entonces verla me hizo recordar a la dama tras el disfraz que soy, o creo ser.... ya dudo que sea una sóla en particular.
De todos modos jugué bien, porque aprendí a hacer las cosas bien, y si no las hago que todos piensen que las hice bien, aunque internamente siempre encuentre errores inabordables en todo lo que hago.
En esto es evidente, ya dije mis errores, pero para el mundo, estuvo bien, estuvo bien.
Ahora vuelvo a sacarme el maquillaje y el disfraz, el cuerpo de antes es tan fácil de reencontrar, sólo basta no mirar los espejos, y permitirme sentirme...
Sunday, July 11, 2010
Friday, July 09, 2010
Oscuras obsesiones untadas
Advertencia para morbosos: el contenido del presente texto no alude, cuando menos no de forma directa a nada sexual.
Advertencia para morbosos freudianos: el contenido del presente texto abunda en alusiones sexuales, si así lo desean.
La luz se escabulle, desaparece, fugaz, qué irónico. Todo es un problema eléctrico pero en definitiva lo que se oculta es la oscuridad, la oscuridad impuesta, que rechazo, que me aterra.
Y quizá de nuevo estoy exagerando mucho y sea simplemente que por un lado tengo miedo a la oscuridad a secas, porque siento que me ahogo, porque por alguna razón que desconozco a nivel sensación asocio los ojos a la boca y si siento que no puedo ver siento que no puedo hablar ni respirar, como si toda yo me encontrara en una especie de suero gelatinoso que me abraza, que me cubre, que se me hunde.
Eso y que me aburro estando a oscuras, porque todo lo que hago depende directa o tangencialmente de la electricidad.
En fin, sea por una cosa o por la otra, cuando se cortó la luz por primera vez (y decir esto implica por un lado haber sobrevivido pero también que hubo otras), todo se centró en el queso blanco.
Por ahí ahora que lo escribo sin la marca pienso, que en eso de lo blanco estaba tratando de evitar lo negro de lo oscuro… pero hechos anteriores que prefiero no dar a conocer delatan que en realidad la obsesión era previa a la asociación semántica.
Cuando desperté ese mediodía, extrañada de no haber escuchado nunca el reloj (radioreloj eléctrico), y lo vi apagado, lo supe de inmediato. No había luz. Me quedé en la cama, inmóvil, para qué levantarme, ¿acaso existe mundo cuando estamos a oscuras? Sí, sé que era mediodía, pero la sola idea del apagón desató en mí una serie enumerable de preocupaciones que me llevó a la inmovilidad total. Paso a enumerar.
1- Tenía una serie de cosas para hacer afuera de casa, que no necesitaba de la electricidad, podría hacerlas y cuando volviera ya habría luz, pero ¿qué pasaba si cuando volviera yo, no lo hacía la luz? Entonces tendría que irme a dormir a lo de mi madre, porque tenía que hacer algunas cosas en la computadora que por ende necesitaban electricidad. Lo cual me llevaba a pensar que
2- Era mejor desde ya salir para lo de mi mamá, porque si volvía para casa se me haría muy tarde, perdería tiempo, entonces mejor armar desde ahora un bolso y luego de hacer lo que tenía que hacer en la calle ir hacia el nido materno sin cuestionarme si volvió o no la luz, para no perder tiempo. Pero de hacer eso tendría que dejar desde ahora la heladera desenchufada, no sea cosa de que vuelva el suministro eléctrico de golpe y se queme, y si la dejaba desenchufada no tendría posibilidad hasta el día siguiente de reenchufarla, lo cual derivaría irremediablemente en la pudrición de todos los elementos lácteos allí resguardados, sobre todo y en particular, el queso blanco, único elemento que se encontraba en su envase original y sin abrir. A partir de este pensamiento no pude dejar de pensar en el queso blanco, migraña por medio.
3- Si desde ahora salía a la calle con un bolso y el queso blanco (digámoslo con su nombre, casancream, porque me cuesta mucho decir queso blanco), también se pudriría en el transcurso de las horas, sin mencionar lo incómodo que sería andar con todo eso por la calle porque para este momento de mi viaje inmóvil y mental ya andaba pensando que quizá no volviera nunca la luz por lo cual posiblemente me instalaría en la casa de mi madre varios días, cosa que podía hacer sin preocuparme si me llevaba el casancream.
4- Lo que podía hacer era salir a hacer lo que tenía que hacer, reduciendo al máximo el tiempo, para correr a casa, rescatar el casancream, y llevarlo a lo de mamá a la heladera o, en su defecto, si la luz hubiera retornado, reconectar la mía.
Hastá ahí la inmovilidad, el punto cuatro era más bien un proyecto, que me parecía coherente con mis serias quesísticas preocupaciones. Me vestí, desayuné todo lo lácteo que pudiese, y salí, apurada, porque la variable tiempo que dejé por ahí en algún punto era quizá la que más me preocupaba, relacionada directamente con el tiempo de pudrición del casancream. Cabe aclarar que el día antes, como corresponde, había decidido descongelar la heladera por lo cual, si bien lo bueno fue que no peligraba el suelo de la cocina ahora sin luz, el casancream había sufrido ya, pobrecito, un tiempo de exposición a temperatura ambiente, de corte de la cadena de frío.
Llegué apurada hasta la esquina de mi casa, y para esta altura el dolor de cabeza ya era insoportable. Decidí volver, consideraba que podía suspender las actividades programadas porque la situación de la falta de luz y la posible muerte del casancream así lo ameritaban, tenía que ocuparme de eso, no podía hacer de cuenta que no sabía lo que podría ocurrir.
Volví presurosa a casa, avisé a mi madre cuál era la situación, que iría para allí con mi casancream, para rescatarlo, porque sale tan caro (y ahí la variable económica pues). Mi madre se rió un poco, y yo no entendí por qué. Viajé en colectivo con el casancream en una bolsa, que até a mi muñeca, la cual separaba del cuerpo para que mi calor no lo afectara.
Llegué a la heladera que lo albergó, lo guardé allí, y mi cabeza se descomprimió como si ya no hubiera preocupaciones.
En este punto es necesario aclarar que al otro día fui a trabajar y no me llevé el casancream, lo dejé allá, donde mi madre, se lo dejé a ella, y al día de hoy, tres días después, de nuevo sin luz, no lo he visto.
Sé por mi madre que está bien, que sigue en la heladera, en la bolsita que le di. Hoy que de nuevo no hay luz no puedo más que volver a pensar en él, con algo de nostalgia. Ya no preocupada, porque me está esperando, casi que me llama, ¿Estos cortes de luz no serán una estrategia de mercado para que una compre más casancream, para no tener miedo, o para ir a lo loco buscando heladeras que anden bien, y luz que no se corte, para conservarlo, que no corra peligro, y que no muera, sobre todo que no muera.
Recién abrí la heladera, no me recibió ninguna iluminación, pero tampoco tengo que preocuparme, todo lo que hay allí es barato y puede tirarse, casi está vacía la heladera. Puedo entonces salir sin apuro, hacer todo lo que tengo que hacer en la calle y después decidir si vuelvo a dormir a casa, exponiéndome yo a la oscuridad, como si fuera un producto lácteo, o bien si voy de mi mamá… igual ahí, la última vez que me quedé, no dormí mucho, ya no preocupada por el casancream, sino molesta por el exceso de luz, cuando cierro los ojos, a mí me gusta dormir a oscuras.
Advertencia para morbosos freudianos: el contenido del presente texto abunda en alusiones sexuales, si así lo desean.
La luz se escabulle, desaparece, fugaz, qué irónico. Todo es un problema eléctrico pero en definitiva lo que se oculta es la oscuridad, la oscuridad impuesta, que rechazo, que me aterra.
Y quizá de nuevo estoy exagerando mucho y sea simplemente que por un lado tengo miedo a la oscuridad a secas, porque siento que me ahogo, porque por alguna razón que desconozco a nivel sensación asocio los ojos a la boca y si siento que no puedo ver siento que no puedo hablar ni respirar, como si toda yo me encontrara en una especie de suero gelatinoso que me abraza, que me cubre, que se me hunde.
Eso y que me aburro estando a oscuras, porque todo lo que hago depende directa o tangencialmente de la electricidad.
En fin, sea por una cosa o por la otra, cuando se cortó la luz por primera vez (y decir esto implica por un lado haber sobrevivido pero también que hubo otras), todo se centró en el queso blanco.
Por ahí ahora que lo escribo sin la marca pienso, que en eso de lo blanco estaba tratando de evitar lo negro de lo oscuro… pero hechos anteriores que prefiero no dar a conocer delatan que en realidad la obsesión era previa a la asociación semántica.
Cuando desperté ese mediodía, extrañada de no haber escuchado nunca el reloj (radioreloj eléctrico), y lo vi apagado, lo supe de inmediato. No había luz. Me quedé en la cama, inmóvil, para qué levantarme, ¿acaso existe mundo cuando estamos a oscuras? Sí, sé que era mediodía, pero la sola idea del apagón desató en mí una serie enumerable de preocupaciones que me llevó a la inmovilidad total. Paso a enumerar.
1- Tenía una serie de cosas para hacer afuera de casa, que no necesitaba de la electricidad, podría hacerlas y cuando volviera ya habría luz, pero ¿qué pasaba si cuando volviera yo, no lo hacía la luz? Entonces tendría que irme a dormir a lo de mi madre, porque tenía que hacer algunas cosas en la computadora que por ende necesitaban electricidad. Lo cual me llevaba a pensar que
2- Era mejor desde ya salir para lo de mi mamá, porque si volvía para casa se me haría muy tarde, perdería tiempo, entonces mejor armar desde ahora un bolso y luego de hacer lo que tenía que hacer en la calle ir hacia el nido materno sin cuestionarme si volvió o no la luz, para no perder tiempo. Pero de hacer eso tendría que dejar desde ahora la heladera desenchufada, no sea cosa de que vuelva el suministro eléctrico de golpe y se queme, y si la dejaba desenchufada no tendría posibilidad hasta el día siguiente de reenchufarla, lo cual derivaría irremediablemente en la pudrición de todos los elementos lácteos allí resguardados, sobre todo y en particular, el queso blanco, único elemento que se encontraba en su envase original y sin abrir. A partir de este pensamiento no pude dejar de pensar en el queso blanco, migraña por medio.
3- Si desde ahora salía a la calle con un bolso y el queso blanco (digámoslo con su nombre, casancream, porque me cuesta mucho decir queso blanco), también se pudriría en el transcurso de las horas, sin mencionar lo incómodo que sería andar con todo eso por la calle porque para este momento de mi viaje inmóvil y mental ya andaba pensando que quizá no volviera nunca la luz por lo cual posiblemente me instalaría en la casa de mi madre varios días, cosa que podía hacer sin preocuparme si me llevaba el casancream.
4- Lo que podía hacer era salir a hacer lo que tenía que hacer, reduciendo al máximo el tiempo, para correr a casa, rescatar el casancream, y llevarlo a lo de mamá a la heladera o, en su defecto, si la luz hubiera retornado, reconectar la mía.
Hastá ahí la inmovilidad, el punto cuatro era más bien un proyecto, que me parecía coherente con mis serias quesísticas preocupaciones. Me vestí, desayuné todo lo lácteo que pudiese, y salí, apurada, porque la variable tiempo que dejé por ahí en algún punto era quizá la que más me preocupaba, relacionada directamente con el tiempo de pudrición del casancream. Cabe aclarar que el día antes, como corresponde, había decidido descongelar la heladera por lo cual, si bien lo bueno fue que no peligraba el suelo de la cocina ahora sin luz, el casancream había sufrido ya, pobrecito, un tiempo de exposición a temperatura ambiente, de corte de la cadena de frío.
Llegué apurada hasta la esquina de mi casa, y para esta altura el dolor de cabeza ya era insoportable. Decidí volver, consideraba que podía suspender las actividades programadas porque la situación de la falta de luz y la posible muerte del casancream así lo ameritaban, tenía que ocuparme de eso, no podía hacer de cuenta que no sabía lo que podría ocurrir.
Volví presurosa a casa, avisé a mi madre cuál era la situación, que iría para allí con mi casancream, para rescatarlo, porque sale tan caro (y ahí la variable económica pues). Mi madre se rió un poco, y yo no entendí por qué. Viajé en colectivo con el casancream en una bolsa, que até a mi muñeca, la cual separaba del cuerpo para que mi calor no lo afectara.
Llegué a la heladera que lo albergó, lo guardé allí, y mi cabeza se descomprimió como si ya no hubiera preocupaciones.
En este punto es necesario aclarar que al otro día fui a trabajar y no me llevé el casancream, lo dejé allá, donde mi madre, se lo dejé a ella, y al día de hoy, tres días después, de nuevo sin luz, no lo he visto.
Sé por mi madre que está bien, que sigue en la heladera, en la bolsita que le di. Hoy que de nuevo no hay luz no puedo más que volver a pensar en él, con algo de nostalgia. Ya no preocupada, porque me está esperando, casi que me llama, ¿Estos cortes de luz no serán una estrategia de mercado para que una compre más casancream, para no tener miedo, o para ir a lo loco buscando heladeras que anden bien, y luz que no se corte, para conservarlo, que no corra peligro, y que no muera, sobre todo que no muera.
Recién abrí la heladera, no me recibió ninguna iluminación, pero tampoco tengo que preocuparme, todo lo que hay allí es barato y puede tirarse, casi está vacía la heladera. Puedo entonces salir sin apuro, hacer todo lo que tengo que hacer en la calle y después decidir si vuelvo a dormir a casa, exponiéndome yo a la oscuridad, como si fuera un producto lácteo, o bien si voy de mi mamá… igual ahí, la última vez que me quedé, no dormí mucho, ya no preocupada por el casancream, sino molesta por el exceso de luz, cuando cierro los ojos, a mí me gusta dormir a oscuras.
Subscribe to:
Posts (Atom)