Ella había deseado toda la semana poder sentarse a escribir en paz, dejar fluir los dedos y las palabras. Lo había estado deseando de forma casi sensual, sexual, como una necesidad física, casi como ganar de hacer pis o de cagar, como un deseo que se aletargaba pero en el mismo aletargamiento había placer, en la imposibilidad misma, dada por las condiciones meteorológicas y técnicas, había placer, algo de prohibido, algo de que cuando se dé, cuando se dé...
Pensó en un texto de Clarise Linspector, que había leído, poco había leído de ella y muy recientemente, describía el placer de no leer algo que se desea fervientemente leer. Ufff. Ahora piensa en Sartre, en las palabras.
A veces le gusta ser así, intelectual, desear con el cuerpo cosas tan simbólicas, regodearse hasta el orgasmo entre autores muertos. A veces desearía, fervientemente, pero ya no de forma sexual sino más bien con llanto y rechinar de dientes, desearía ser llanita, llanita.
Nada en ella era llanito, ni su cuerpo, ¿cómo podría ser llanito su cerebro, su alma?
Escribir en tercera persona es una forma demasiado estúpida de permitirse decir, decirse...
Hoy me miré en el reflejo de la ventana, la contraluz, y el reflejo que no es espejo acentuaban cada pozo de mis piernas, cada pozo. Moví las piernas durante quince minutos mirando ese reflejo que me parecía horrible, desagradable, ajeno y mío. Volvía a mirarme la pierna directamente... Las sombras ahí estaban, pero yo sólo las veía a contraluz, a contraluz.
No sé por qué recordé eso de reprente. Quizá fue que me provocó una impresión difícil de describir y borrar.
Me cuesta mirarme, me cuesta gustarme... A veces creo que soy una especie de masa amorfa, que podría perder contornos si dejo de pensarme, a veces desearía serlo de verdad.
Me cuesta mirarme y aún así, hoy veía dos cosas. Esa pierna a contraluz, y la pierna que sentía. Tres más bien. Esa a contraluz, oscura, llena de pozos, la pierna suave gorda pero suave y blanca blanquísima que sentía, y la pierna obtusa, inflamada de los veinte kilos que dejé (y aún faltan tantos más).
Pero estoy bien. Estoy bien. Este año no lloré, todavía no termina enero, pero ya casi, y no lloré. No quiero llorar. Hoy casi lloro, después de eso, y las hormonas, porque estoy por menstruar y aunque me diga y me repita que nada influye en mí... Ahí está, la revolución química, la mensual revolución química. Hoy tampoco lloré, pensé en otra cosa, pensé en que hace más de un mes que no lloro, que no quiero llorar, que cuando lloro es como una adicción, como un deseo de lastimarme y buscar más heridas para adentro, que mientras pueda mantenerme así, con los hombros hacia atrás y la mirada puesta bien lejos, vamos, vamos. No voy a temer caerme, y si me caigo voy a llorar cuando me caiga, no ahora por adelantado. "No voy a llorar si nadie me acompaña" Pfffffffffffffff, nadie te acompaña realmente cuando llorás, nadie puede sentarse adentro tuyo y llorar realmente con vos, llorar en vos, llorar por vos, en tu lugar. Es físicamente im-po-si-ble.
Deseé toda la semana escribir, y cuando hubo oportunidad di mil quinientas vueltas, intenté por todas las maneras que alguien me evitara el compromiso, y no hubo caso, me enfrenté con las condiciones justas para hacerlo. Quizá porque a menos que me encuentre de ánimo muy lúdico, o con una obligación externa a mí, escribir me resulta muy parecido a llorar. No porque necesariamente escriba o deba o desee escribir cosas tristes, no se llora solo por estar triste, es la acción de llorar, esto de limpiar... no precisamente, esto de adentro para afuera. Entonces sí es como hacer pis y cagar también, entonces el placer mencionado no es tan ilógico.
1 comment:
Ay amiga..... y casi me haces llorar a mi!....
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