Si entrecierro los ojos puedo ver el día a través de mi persiana. La que llevo a cuestas.
Freud necesitaba cocaína para escribir y yo necesito ganas.
Tiempo... también. Pero otro tiempo.
Sobreviene el deseo de llenarme de actividades para tener excusas ordenadas para no querer hacer nada y estar en mi legítimo derecho de no querer.
Los desaparecidos que forman parte de nuestra memoria colectiva están más presentes que yo.
Él tiene nostalgia y yo ya ni eso.
De todos modos si me cruzo de vereda y me miro sin violencia veo como todo se mueve. Lento, pero se mueve.
Al paso que voy ya es claro que no voy a llegar muy lejos, que por más que la apure, la muerte va a sorprenderme cuando duerma y crea que ya no es necesario morir, que la vida, la vida...
Alcanzar la palabra antes de la palabra. El símbolo puro, la transferencia total, completa y fiel de esa otra realidad, que es única en cierto modo porque es propia.
Jugar con las palabras de este lado no es más que adecuarse a esas reglas que otros prefijaron y si bien los límites pueden empujarse, salir es imposible.
Imágenes sueltas dado que como se dijo "la imagen precede al lenguaje y procede de la percepción". Pero nunca fui buena para dibujar. Entonces es difícil. Y a mí, que lo difícil me aburre, que aborrezco lo que me cuesta y aún así es lo único que sigo intentando, hoy no voy a dibujar.
Abrir cualquier libro y leer dos o tres renglones. Luego podré doblar el borde de la página a falta de señalador. ¿Cuándo te enseñó tu mamá a hecer eso? Y estar segura de que fue ella porque ella lo sigue haciendo. Y aunque vos no lo hagas más y prefieras señaladores vistosos y significativos te acordás de que en algún impreciso momento te fue enseñado. Y detrás de ese nimio recuerdo la soledad infinita que te carcome los huesos.
Tristemente Sonia llegó a casa, mucho más tarde de lo que suponía. Y esa súbita necesidad de escribir se apoderó de ella sin hacer caso del cansancio. Entonces no es tiempo ni ganas lo que se necesita, sino un deseo irrefrenable, que supere la conciencia, que tome el lápiz por su propia cuenta y no perciba el yo del escribiente.
"Mentirosa no" había dicho Sonia, y se retiró ofendida. Había dos o tres palabritas que no permitía pronunciar. Y aquellas copas dejaron salir la angustia, como venía ocurriendo religiosamente.
Amanece afuera y es domingo. Sonia dormirá hasta el mediodía y si Dios quiere un poco más. Siente la necesidad imperiosa de fumar un cigarrillo pero no se puede y mejor dormir.
Sunday, September 17, 2006
Saturday, September 09, 2006
Metablog
Mostrarse, ocultarse. Mirarse, de eso ya se ha hablado tanto. Ya dije del espejo, de la piel sin caricias, de los bordes y del llanto. Ya dije del perro fantasmagórico que corre sin correa y que se aleja porque lo quiero lejos para no extrañarlo. Ya dije de los ojos que miran impares y del asco que sopla y sopla. Ya dije... ya dije.
En este espacio se escribe en se. ¿Vieron? Una se escribe. Uno se dice. Tercera persona absurda inexistente, retóricamente necesaria para validar un discurso cotidiano y misterioso.
Cuasi diario íntimo, ficción barata, arte arte arte (no Martha Minujín, no llores).
Un botón y a la deriva, alguien va a leerte, no sabrás quién és, no no, es mejor así.
Te miran, te ven, saben de tu pena, pero no existen, y vos tampoco, es lindo el juego.
Y allá la vida, en primera persona. Y cuesta tanto decidirse en qué etapa anclar, con qué obsesión quedarse para siempe, o bien el escenario, o bien la colección de figuritas. Y yo que no me decido, me quedo con las dos, y las voy alternando.
Lo que comenzó como una investigación, porque así es como comienza tanto, se va alejando del (se) y se acerca a mí con un vértigo peligroso. No quiero mostrarte mis bombachas sucias, no quiero. No quiero decirte nada verdadero. Y te he dicho tantas cosas.
¿Hay alguien ahí de cualquier modo?
Había una película, una de tantas, década del ochenta, las computadoras de ese entonces, que acá no existían, y yo muy chica que miraba la película que era más que de ciencia ficción por la carencia tecnológica en el mercado local. Bien, me fui por las ramas, la película no sé de qué se trataba, pero estaba esta escena, del niño que comenzaba a conversar con un extraterrestre. Pantalla negra, cursor verde... inaudito.
Y estaba ahí, la comunicación, el arte verbal. La estúpida necesidad de encontrar bien lejos ese igual que nos comprenda. Porque acá cerca no encontramos nada. Ojo, todo es metafísico no vaya ud. a creer que estoy psicoanalizándome, que aquí no hablo de familia, ni de nada.
Esa diarrea verbal, esa bulimia literaria.
Necesito leer, y leer, para enseguida escribir y escribir. Y si no puedo, como en estos días, me fuerzo, me meto los dedos en la garganta y vomito letritas en el teclado. ¿Me invitaría Mirtha Legrand a almorzar con ella? aYY la quiero tanto a Mirtha.
La tele, la computadora, la náusea.
Mostrarse, cubrirse las tetas, querer que te miren y correr bien lejos para que no te vea nadie.
Estoy arisca como un gato que no encuentra su sillón. La cueva de cartón guarda los textos del tiempo. Y ya vendrá la primavera a resucitar nuestras más temidas alergias.
Ser surrealista no te asegura comprender lo incomprensible. Dejar hacer, dejar pasar.
Vuelvo entonces a esa poesía, a ese libro que ya leí, vuelvo a los lugares que conozco para empezar de nuevo. Y no reviso lo que escribo porque no tengo ganas, porque vomité y es bien feo, pero nadie me mira.
En este espacio se escribe en se. ¿Vieron? Una se escribe. Uno se dice. Tercera persona absurda inexistente, retóricamente necesaria para validar un discurso cotidiano y misterioso.
Cuasi diario íntimo, ficción barata, arte arte arte (no Martha Minujín, no llores).
Un botón y a la deriva, alguien va a leerte, no sabrás quién és, no no, es mejor así.
Te miran, te ven, saben de tu pena, pero no existen, y vos tampoco, es lindo el juego.
Y allá la vida, en primera persona. Y cuesta tanto decidirse en qué etapa anclar, con qué obsesión quedarse para siempe, o bien el escenario, o bien la colección de figuritas. Y yo que no me decido, me quedo con las dos, y las voy alternando.
Lo que comenzó como una investigación, porque así es como comienza tanto, se va alejando del (se) y se acerca a mí con un vértigo peligroso. No quiero mostrarte mis bombachas sucias, no quiero. No quiero decirte nada verdadero. Y te he dicho tantas cosas.
¿Hay alguien ahí de cualquier modo?
Había una película, una de tantas, década del ochenta, las computadoras de ese entonces, que acá no existían, y yo muy chica que miraba la película que era más que de ciencia ficción por la carencia tecnológica en el mercado local. Bien, me fui por las ramas, la película no sé de qué se trataba, pero estaba esta escena, del niño que comenzaba a conversar con un extraterrestre. Pantalla negra, cursor verde... inaudito.
Y estaba ahí, la comunicación, el arte verbal. La estúpida necesidad de encontrar bien lejos ese igual que nos comprenda. Porque acá cerca no encontramos nada. Ojo, todo es metafísico no vaya ud. a creer que estoy psicoanalizándome, que aquí no hablo de familia, ni de nada.
Esa diarrea verbal, esa bulimia literaria.
Necesito leer, y leer, para enseguida escribir y escribir. Y si no puedo, como en estos días, me fuerzo, me meto los dedos en la garganta y vomito letritas en el teclado. ¿Me invitaría Mirtha Legrand a almorzar con ella? aYY la quiero tanto a Mirtha.
La tele, la computadora, la náusea.
Mostrarse, cubrirse las tetas, querer que te miren y correr bien lejos para que no te vea nadie.
Estoy arisca como un gato que no encuentra su sillón. La cueva de cartón guarda los textos del tiempo. Y ya vendrá la primavera a resucitar nuestras más temidas alergias.
Ser surrealista no te asegura comprender lo incomprensible. Dejar hacer, dejar pasar.
Vuelvo entonces a esa poesía, a ese libro que ya leí, vuelvo a los lugares que conozco para empezar de nuevo. Y no reviso lo que escribo porque no tengo ganas, porque vomité y es bien feo, pero nadie me mira.
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