Mostrarse, ocultarse. Mirarse, de eso ya se ha hablado tanto. Ya dije del espejo, de la piel sin caricias, de los bordes y del llanto. Ya dije del perro fantasmagórico que corre sin correa y que se aleja porque lo quiero lejos para no extrañarlo. Ya dije de los ojos que miran impares y del asco que sopla y sopla. Ya dije... ya dije.
En este espacio se escribe en se. ¿Vieron? Una se escribe. Uno se dice. Tercera persona absurda inexistente, retóricamente necesaria para validar un discurso cotidiano y misterioso.
Cuasi diario íntimo, ficción barata, arte arte arte (no Martha Minujín, no llores).
Un botón y a la deriva, alguien va a leerte, no sabrás quién és, no no, es mejor así.
Te miran, te ven, saben de tu pena, pero no existen, y vos tampoco, es lindo el juego.
Y allá la vida, en primera persona. Y cuesta tanto decidirse en qué etapa anclar, con qué obsesión quedarse para siempe, o bien el escenario, o bien la colección de figuritas. Y yo que no me decido, me quedo con las dos, y las voy alternando.
Lo que comenzó como una investigación, porque así es como comienza tanto, se va alejando del (se) y se acerca a mí con un vértigo peligroso. No quiero mostrarte mis bombachas sucias, no quiero. No quiero decirte nada verdadero. Y te he dicho tantas cosas.
¿Hay alguien ahí de cualquier modo?
Había una película, una de tantas, década del ochenta, las computadoras de ese entonces, que acá no existían, y yo muy chica que miraba la película que era más que de ciencia ficción por la carencia tecnológica en el mercado local. Bien, me fui por las ramas, la película no sé de qué se trataba, pero estaba esta escena, del niño que comenzaba a conversar con un extraterrestre. Pantalla negra, cursor verde... inaudito.
Y estaba ahí, la comunicación, el arte verbal. La estúpida necesidad de encontrar bien lejos ese igual que nos comprenda. Porque acá cerca no encontramos nada. Ojo, todo es metafísico no vaya ud. a creer que estoy psicoanalizándome, que aquí no hablo de familia, ni de nada.
Esa diarrea verbal, esa bulimia literaria.
Necesito leer, y leer, para enseguida escribir y escribir. Y si no puedo, como en estos días, me fuerzo, me meto los dedos en la garganta y vomito letritas en el teclado. ¿Me invitaría Mirtha Legrand a almorzar con ella? aYY la quiero tanto a Mirtha.
La tele, la computadora, la náusea.
Mostrarse, cubrirse las tetas, querer que te miren y correr bien lejos para que no te vea nadie.
Estoy arisca como un gato que no encuentra su sillón. La cueva de cartón guarda los textos del tiempo. Y ya vendrá la primavera a resucitar nuestras más temidas alergias.
Ser surrealista no te asegura comprender lo incomprensible. Dejar hacer, dejar pasar.
Vuelvo entonces a esa poesía, a ese libro que ya leí, vuelvo a los lugares que conozco para empezar de nuevo. Y no reviso lo que escribo porque no tengo ganas, porque vomité y es bien feo, pero nadie me mira.
2 comments:
Helene:
Me cuesta hacerte un comentario por algunas cosas. Pero bueno, voy a tratar de sortearlas. Después de todo son nomas nimiedades enormes, como que mi libro preferido sea 62/modelo para armar y que también diga tanto sin mucha verdad diluida.
Disculpame, primero me presento (leí algo personal, personalísimo, y pienso que no debería estar tan lejos como ese extraterrestre). Me llamo Ezequiel y soy compañero de la facultad de Guada, semirresponsable del blog "soymacanuda".
Hace unos días estaba pensando en "uno", esa persona que pasea de la primera a la tercera, que señala a "yo" pero que flexiona con "él". Y el viejo y querido "se", que construye pronominalmente, que se caga en los sujetos, sin dudas mi favorito.
Esa diarrea verbal, esa bulimia literaria, esa puta costumbre de alimentar el amor entre dedos y teclas en favorecer la pasión del texto es nuestra maná y nuestra cicuta al mismo tiempo. Cagar, vomitar, alimentar. La metáfora escatológica no es inocente ni casual. Escatología: Parte de la teología que estudia el fin último del hombre y el universo.
Mi alergia (primaveral, veraniega, otoñal, invernal) me obliga a cubrirme y salir corriendo. Huir, dejar todo y volver a cinco o seis libros. Pero despues hay que reinventarse para destaparse, para sentir el viento en la cara sin que esconda horror entre los huesos (un amigo me dijo que también el viento esconde alegría, incluso amor).
Helene confiesa sin café con leche y dice que no sabe, que huye, que vomita, pero que no se lee. Ya que estamos escatológicos recuerdo que ya alguien en alguna página describió el placer del que huele su propia mierda. Ya sé, la analogía escritor/texto - nariz/sorete es bien berreta, pero bueno, yo soy de los que se amigan con su residuo poético/prosaico.
Residuo que está por necesidad, contradiciendo la misma definición de "residuo".
Y yo pienso en teología y algo me mareo, pero al final a lo mejor es esa mierda de texto la que te termina llevando a ese fin (último?) por un camino muchísimo más absurdo y divertido.
Siga escribiendo Helene, que yo la voy a mirar (no es bien feo).
acabo de leer tu comentario en fleurs et losanges
sentí la inutilidad de lo que escribí
y que lo único que tendría q haber puesto era:
"me gustó el metatexto"
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