Bebe una o dos copas de vino tinto. Las sorbe lentamente ritualizando el triste acto. El espíritu de somelier la lleva a mirarlo, hacer girar la copa. Bebe una tercera copa.
El agua del frío en su cuerpo, ¿dónde están las manos que deben quitarla?. Abrigarse con frazadas en diciembre no tiene sentido.
Bebe una cuarta copa y comienza a comprender. Aceptar lo de siempre. Será bueno poner algo de música, sufrir en silencio y ocultar el llanto. ¿Dónde están los pañuelos ahora?
Detener el tiempo y saberse así. Quizá hubiera sido mejor seguir corriendo. No pensar, no pensar, no pensar, quinta copa.
La sexta copa la beberá despacio, disfrutando el absurdo de la nueva ilusión. Tal vez sea esta la copa que la desmaye. Mira la copa e intuye que luego, que la botella vacía, que la cama desecha y con sombras, que la noche, la noche por sobre todo, por sobre ella.
Se servirá de todos modos una séptima copa, por el número bíblico, porque todo es un juego. Si hay que seguir las reglas para salir del laberinto ella se resignará a seguirlas.
La copa, esa séptima copa quedará allí, por lo menos hasta mañana, hasta que levante la mesa y sacuda las migas en el patio. Hasta que enjuague los platos y decida hacer de cuenta, como hasta ahora.
1 comment:
tan propicio.
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