Fin de año es una fecha apta para hacer balances, para revisar los talentos con los que uno se encuentra para cultivarlos como corresponde el año entrante.
Johnny tímido entró en el salón de actos atiborrado de padres y docentes agitadas. Se sentó entre la multitud del público donde le indicaron. Como le indicaron guardó las figuritas y cerró la boca.
Cuando Johnny vio aparecer a la Profesora dueña del micrófono supo que algo traía entre sus manos, lo intuyó desde las tripas, desde el recuerdo embrionario de algo que ocurrió y que no se debe nombrar.
Qué se levante el telón, que suenen las campanas, que el show comienza aquí para alegría de todos.
Estar en medio del público de algún modo a Johnny le resultaba relajante, aplaudir si se quiere, bostezar a escondidas, descansar, sobre todo eso. Pero esa sensación en las tripas, esa intuición, esa señora con micrófono... algo habría de ocurrir.
Los números se sucedieron unos a otro sin la menor alteración del ritmo programado. No fue hasta el final que el mundo se desdibujó entre el absurdo y la angustia.
Poco a poco los ventiladores resultaron insuficientes para tanta madre embarazada, para tanto brazo levantado que florecía en cámara digital. Y habrá sido a causa del calor, del embotamiento, que el último aplauso previo resultó casi gelatinoso.
Demás está decir que el anuncio del repertorio musical fue insuficiente, que la sensación en las tripas aumentaba a medida que el telón se descorría una vez más.
Era el gran final, el broche de oro. Y ese terror visceral poco a poco cobraba forma.
Primero se vieron los pies, las medias rojas sobre la alfombra del escenario. La pollera, la camisa, el rostro pálido y temeroso, el bonete rojo y el pompón blanco.
Solita con el micrófono, sonaba la música...
El jazz navideño, I wish U a Merry.... I wish U a Merry...
La niña movía los labios pero ningún sonido salía de su boca. El jazz continuaba y la señora del micrófono decidió cambiar el instrumento. Pero la voz de la niña seguía sin aparecer.
La gente en el público comenzó a dudar, a cuestionarse, Johnny entre ellos. Buscaron la voz de la niña navideña debajo de los asientos, en cada rincón. La señora del micrófono sólo repetía que no era un problema técnico.
La voz desaparecida no fue problema para las fotografías maternas, para los flashes.
La posteridad se encargaría de desmentir el silencio.
La niña continuó cantando en silencio hasta que terminó la pista y la señora del micrófono inició el fortísimo aplauso.
Johnny dudó por un instante pero enseguida comenzó a aplaudir.
Será mejor aplaudir, aplaudir lo más que se pueda. Será mejor hacer de cuenta que aquí no ha pasado nada. Aplaudir, apagar el ventilador, y volver al aula.
No comments:
Post a Comment