"El litro ha de estar dividido por dentro", sugirió Johnny.
Su maestra le dio el espacio para explayarse.
"Y sí, digo yo, el litro, debe tener sesenta... algo. Pero sesenta"
Johnny habló del tiempo, no podía explicar el salto inductivo que lo llevó desde el reloj a las medidas de capacidad pero allí estaba, casi flotando.
Tic, tac, tic, tac.
Su maestra nunca entendería.
Él quiso decir, pero sólo dejó fluir ese tiempo, que él, quizá sólo él, sabía líquido.
"Dalí, Dalí, Dalí", pensó su erudita y hippie maestra. Pero ella también se hundió en el silencio líquido, de horas que goteaban, porque cómo explicar, cómo decir que sí, que Johnny tenía razón, que había descubierto el secreto.
Pero no era correcto, razón se tiene del lado cúbico de la racionalidad. Entonces Johnny no tenía razón.
Tampoco es posible decir que era incorrecto, porque la corrección es cosa gris y rugosa de la convención, y Dalí, Dalí, Dalí.
Tic, Tac. Las agujas seguían girando y la represa se abría de a poco con cada movimiento de esas agujas.
El litro tiene 60 algo. Las horas tienen algo irremediablemente húmedo. Sobre todo estas horas, que no se secan nunca.
A Dios gracias sonó el timbre, en la hora señalada. El almuerzo, con tomates, haría que todo se borre, como quien echa agua en un cuadro.
No comments:
Post a Comment