Sonia lo decidió ahí mismo, bajo la ducha. Lo dejó irse a Bruno, como quien deja ir el sudor con el agua que cae por los hombros. Y el agua, y Bruno, de los hombros al pecho, del pecho al ombligo, sorteando el sexo, vía muslo izquierdo, empeine, bañera. Rumbo al desagüe, rumbo al río, rumbo a la distancia insuperable, a la otredad definitiva, a la lejanía resignada, al nunca, pero nunca.
Y así fue. No habrá cambios exóticos, Sonia no quiere. Volverán a verse, como siempre, habrá abrazo y palabras dulces, pero ambos serán otros. Sonia habrá perdido eso que de ella era para Bruno, y Bruno todo lo que Sonia construyó de él. Y serán otros, y serán los mismos, los mismos.
Fin.
Friday, September 05, 2008
Tuesday, July 29, 2008
definición inconclusa
Esto que ves de mì es una repeticiòn, elegida al azar. Seguro que ya fue dicho, seguro yo misma lo dije antes.
Pero què lindo es decirlo, sentirlo acà, como una cosquilla, con esa sensaciòn que se asemeja a lo exacto, a lo completo, a algo sin carencia, sin faltantes, sin espacios a llenar.
Hoy mirè todos los edificios, y me olvidè de las baldosas. No me caì, sabès, y es tan alentador eso, porque todavìa tengo mi rodilla magullada de la ùltima caìda.
Estoy ansiosa porque lleguen esos dìas, esos que estimo estàn esperando, pero si no llegan tambièn estarìa bien, porque estos dìas, son regios. Regios, què palabra màs adusta. Adusta, què palabra màs prolija.
Lo cierto es que yo no soy ni regia ni prolija ni, dios me libre, adusta. Busco la palabra adusta en el sitio de la Rae, para asegurarme de estar diciendo lo que quiero decir:
adusto, ta.
(Del lat. adustus).
1. adj. Quemado, tostado, ardiente.
2. adj. Poco tratable, huraño, malhumorado.
3. adj. Seco, severo, desabrido. Paisaje adusto. Prosa adusta
(Del lat. adustus).
1. adj. Quemado, tostado, ardiente.
2. adj. Poco tratable, huraño, malhumorado.
3. adj. Seco, severo, desabrido. Paisaje adusto. Prosa adusta
1) Si yo fuera adusta estarìa quemada y/o tostada, serìa ardiente. Chupà esta mandarina. Bah, ni lo uno, ni lo otro, ni mucho menos lo de màs allà. Estoy quemada, pero tostada no, tostada con manteca, puede ser, pero solita, dios me libre. Detràs de una tostada se escondiò la miel, canta Ma Elena, y como atràs mìo no hay miel y no quiero que me ande retando ninguna manteca en inglès, determino en este solemne acto que no soy, para la primera acepciòn, adusta. Bueno, lo de ardiente serìa vergonzoso autoadjudicàrmelo.
2) La segunda la salteo, porque quiero. Y a ver quièn se atreve a llevarme la contra.
3) Y la tercera, esa es un poco la aplicable a la palabra regio, es una palabra adusta en este sentido. Pero yo no soy adusta, ni regia, soy un montòn de hilachas enredadas por el suelo, que se rìen y se escabullen, que quieren tener forma, y por màs que intenten...
Monday, July 21, 2008
callecita
En esa misma calle, sin faroles, sin baldosas, tantas sombras ajenas que anduvieron escupiendo iniquidades. En esa misma calle, pibe, en esa misma esquina. Acà no hay tiempo para soledades.
La angustia me quedò chica, como el calzado, y andar descalza, es andar, cuando menos.
Se me gastaron las palabras de tan repetidas, tienen gusto a viejo, no quiero ni decirlas. Y vos miràs de reojo, esperando ya no verme. Me vas a ver igual, como nos vemos todos, nos olemos, nos tocamos, no hay otro lugar por donde deambular.
Yo, mi propia sombra, que no dice, que no pide, que no nada, de nada.
Si te supieras sombra, como me sè yo, no andarìas arqueando la espalda, para no verme, porque te darìas cuenta de la mirada que todo lo atraviesa, esa mirada que te mira, que me mira, que me mira a travès tuyo, y lo mismo de mi parte.
¿Còmo ver si es noche? ¿Còmo mira sin farol? Y, pibe, asì son las cosas, se ve igual, en lo oscuro, se ve con otros ojos, que te salen del riñòn, que atraviesan paredes y pieles, que penetran que duelen, que lloran a escondidas.
Y de este lado puedo, podès, mirar la pared sin atravesarla, leer lo marcado, lo gritado. Lo que se creyò primero, y ni siquiera era ùltimo, pero era, cumpa, era.
Volverè a chocarme, no hay duda, con vos, con tantos otros. Si todos nos arrastramos por la misma pobredumbre, como si estar de cara al suelo nos permitiera respirar mejor, o no golpear nuestra cabeza con ese techo que se estima tan bajo. Yo, ... no estoy tan segura.
¿Y si el techo no existe? Decìme què pasa si es todo sensaciòn de asfixia, pero hay aire, e infinito, o por lo menos distancia suficiente para caminar erguida. Yo me animo amigo, yo me paro, y si me golpeo y me duele, y si caigo desmayada por lo menos sabrè algo. Como sè ahora, y te lo digo es secreto, no me pisaràn reptando, no pueden.
La angustia me quedò chica, como el calzado, y andar descalza, es andar, cuando menos.
Se me gastaron las palabras de tan repetidas, tienen gusto a viejo, no quiero ni decirlas. Y vos miràs de reojo, esperando ya no verme. Me vas a ver igual, como nos vemos todos, nos olemos, nos tocamos, no hay otro lugar por donde deambular.
Yo, mi propia sombra, que no dice, que no pide, que no nada, de nada.
Si te supieras sombra, como me sè yo, no andarìas arqueando la espalda, para no verme, porque te darìas cuenta de la mirada que todo lo atraviesa, esa mirada que te mira, que me mira, que me mira a travès tuyo, y lo mismo de mi parte.
¿Còmo ver si es noche? ¿Còmo mira sin farol? Y, pibe, asì son las cosas, se ve igual, en lo oscuro, se ve con otros ojos, que te salen del riñòn, que atraviesan paredes y pieles, que penetran que duelen, que lloran a escondidas.
Y de este lado puedo, podès, mirar la pared sin atravesarla, leer lo marcado, lo gritado. Lo que se creyò primero, y ni siquiera era ùltimo, pero era, cumpa, era.
Volverè a chocarme, no hay duda, con vos, con tantos otros. Si todos nos arrastramos por la misma pobredumbre, como si estar de cara al suelo nos permitiera respirar mejor, o no golpear nuestra cabeza con ese techo que se estima tan bajo. Yo, ... no estoy tan segura.
¿Y si el techo no existe? Decìme què pasa si es todo sensaciòn de asfixia, pero hay aire, e infinito, o por lo menos distancia suficiente para caminar erguida. Yo me animo amigo, yo me paro, y si me golpeo y me duele, y si caigo desmayada por lo menos sabrè algo. Como sè ahora, y te lo digo es secreto, no me pisaràn reptando, no pueden.
Wednesday, March 05, 2008
Wednesday, February 27, 2008
flan
Él logró desarmarme, de golpe. Esa noche de río yo era una con mi armadura. Yo impenetrable, yo seca de lágrimas.
Fue tan solo el roce de su mano en la palma de mi mano, fue tan solo necesario que me clavara eso ojos de agua en los míos para que caigan mis armas.
Temblé, y no me abrazó. Continuó rozando con su presencia la mía.
Me cubrió de su silencio y ofreció un cáliz del que quise beber, y quiero, pero ahora sé, ahora sé.
Corrí, sin irme. Me fui, quedándome.
Y anclé ahí, en ese puerto, al que no llega ningún barco.
Me fui para que me vieras irme, quedándome sentada a tus espaladas. Tu imagen, y luego tu imagen.
Te pedí de rodillas que me dijeras no, y no dijiste nada.
Quiero dolerme ahora, quiero sanar y no puedo, porque tu dedo sigue adentro de mi llaga. Tu dedo que es caricia y violencia. Tus ojos, Dios, tus ojos, que me miran de una forma que no comprendo. Miráme con desprecio, con asco. No me mires con dulzura, no me abraces para decirme .... ya no puedo ni explicar qué me dijiste.
Fue tan solo el roce de su mano en la palma de mi mano, fue tan solo necesario que me clavara eso ojos de agua en los míos para que caigan mis armas.
Temblé, y no me abrazó. Continuó rozando con su presencia la mía.
Me cubrió de su silencio y ofreció un cáliz del que quise beber, y quiero, pero ahora sé, ahora sé.
Corrí, sin irme. Me fui, quedándome.
Y anclé ahí, en ese puerto, al que no llega ningún barco.
Me fui para que me vieras irme, quedándome sentada a tus espaladas. Tu imagen, y luego tu imagen.
Te pedí de rodillas que me dijeras no, y no dijiste nada.
Quiero dolerme ahora, quiero sanar y no puedo, porque tu dedo sigue adentro de mi llaga. Tu dedo que es caricia y violencia. Tus ojos, Dios, tus ojos, que me miran de una forma que no comprendo. Miráme con desprecio, con asco. No me mires con dulzura, no me abraces para decirme .... ya no puedo ni explicar qué me dijiste.
Wednesday, January 02, 2008
Sueño de una noche de verano
Hizo tanto calor anoche que dormí de a ratos, como saltando, pero sin saltar, por el calor ¿viste?
El sudor en mi espalda que se enfriaba con el viento del turbito minúsculo que tengo a los pies de mi cama me asustaba. En mi cabeza el mandato materno "cuidate, si se te enfría el sudor te podés enfermar".
El mandato materno más fuerte que la presión del calor. Entonces la sábana, por lo menos en la espalda, cuando mi espalda daba su frente al ventilador.
Dormí de a ratos y soñé poco, durante la noche. Por la mañana seguí durmiendo, así de a ratos, y soñé más.
Tuvimos que subirnos de golpe a cualquier auto, cualquiera. Pararlos en la ruta, pedirlos prestados. Tenían que ser dos autos, por más que entráramos todos en uno, porque a la vuelta seríamos muchos más. Dos autos buscamos.
Muchos automovilistas nos sortearon, pudieron no frenar. Un auto, un pequeño auto amarillo, un Volksvagen (o como se escriba porque ahora me doy cuenta de que nunca tuve la necesidad de escribir esto, pero sí lo pronuncié, y es tan lindo pronunciarlo). El otro auto estaba pintado de varios colores. Yo iba a manejar, pero no lo hice, porque alguien se desesperaba por hacerlo.
Yo quise ver qué llevaba en mi mochila. Y sí, tenía el equipo de mate, pero el mate estaba sucio y el termo, los termos vacíos. Desde ese momento sólo me preocupaba la suciedad del mate, sin bolsa de polietileno, en mi mochila. Ahí recordé que debería haber agarrado una bolsa, cuando agarré tantas cosas del aula, cuando estaba ordenando, el desorden constante, el armario vacío, los niños, los niños, por todos lados.
"Vamos a tener que subir por acá". Dijo el conductor. Ya no podíamos distinguir dónde se encontraba el otro auto, a ellos debíamos seguirlos, pero los habíamos perdido. Entonces el imperativo era llegar, llegar, a tiempo, como sea. Había algo de persecución, pero no necesariamente estaban detrás, estaban arriba, en todos lados. La persecución era ese imperativo, ese tiempo, y ahora esa colina empinada.
Subimos igual, el auto no resistiría.
Subimos igual, pero no hay camino.
Subimos igual, y casi la muerte, casi el vacío.
Cambiarnos de carril, aunque sea de contramano. Para llegar, porque es más peligroso el fin del tiempo que el vacío, que la muerte.
Llegamos.
escaleras blancas de yeso. gente conocida y gente que no. todos haciendo ladrillos de dulce de leche. todos abocadísimos a su quehacer. concentrados.
Extraje de mi mochila un bizcochuelo, enorme, lo partí en mil pedazos, y los obreros vinieron a merendar.
Allí estaban ellos, entre los obreros, allí estaban y recién ahora me doy cuenta de que los extraño tanto. Que ella tuvo un hijo que lo llamó Lucas, y es tan pequeño, pero no tanto como para que yo no lo supiera. Dios, cuánto los extraño, y no es justo llorar, no quiero llorar. Y lloro, y no puedo dejar de llorar. Porque nos prometemos que nos vamos a ver más seguido, juramos que ni bien termine la merienda nos vamos a pasear por algún lugar. Pero lloro, porque sé que es mentira, no podría explicar por qué es mentira, pero lo sé. Tampoco puedo explicar por qué lloro, pero lloro.
No les voy a decir que en mi mochila tengo un paquete enorme de Chocolinas. No les voy a decir nada, y se las voy a dejar cuando me vaya, casi por descuido, para que piensen que es un milagro, y puedan merendar mañana.
Tengo miedo de la colina esa, a la vuelta. Será hacia abajo.
El sudor en mi espalda que se enfriaba con el viento del turbito minúsculo que tengo a los pies de mi cama me asustaba. En mi cabeza el mandato materno "cuidate, si se te enfría el sudor te podés enfermar".
El mandato materno más fuerte que la presión del calor. Entonces la sábana, por lo menos en la espalda, cuando mi espalda daba su frente al ventilador.
Dormí de a ratos y soñé poco, durante la noche. Por la mañana seguí durmiendo, así de a ratos, y soñé más.
Tuvimos que subirnos de golpe a cualquier auto, cualquiera. Pararlos en la ruta, pedirlos prestados. Tenían que ser dos autos, por más que entráramos todos en uno, porque a la vuelta seríamos muchos más. Dos autos buscamos.
Muchos automovilistas nos sortearon, pudieron no frenar. Un auto, un pequeño auto amarillo, un Volksvagen (o como se escriba porque ahora me doy cuenta de que nunca tuve la necesidad de escribir esto, pero sí lo pronuncié, y es tan lindo pronunciarlo). El otro auto estaba pintado de varios colores. Yo iba a manejar, pero no lo hice, porque alguien se desesperaba por hacerlo.
Yo quise ver qué llevaba en mi mochila. Y sí, tenía el equipo de mate, pero el mate estaba sucio y el termo, los termos vacíos. Desde ese momento sólo me preocupaba la suciedad del mate, sin bolsa de polietileno, en mi mochila. Ahí recordé que debería haber agarrado una bolsa, cuando agarré tantas cosas del aula, cuando estaba ordenando, el desorden constante, el armario vacío, los niños, los niños, por todos lados.
"Vamos a tener que subir por acá". Dijo el conductor. Ya no podíamos distinguir dónde se encontraba el otro auto, a ellos debíamos seguirlos, pero los habíamos perdido. Entonces el imperativo era llegar, llegar, a tiempo, como sea. Había algo de persecución, pero no necesariamente estaban detrás, estaban arriba, en todos lados. La persecución era ese imperativo, ese tiempo, y ahora esa colina empinada.
Subimos igual, el auto no resistiría.
Subimos igual, pero no hay camino.
Subimos igual, y casi la muerte, casi el vacío.
Cambiarnos de carril, aunque sea de contramano. Para llegar, porque es más peligroso el fin del tiempo que el vacío, que la muerte.
Llegamos.
escaleras blancas de yeso. gente conocida y gente que no. todos haciendo ladrillos de dulce de leche. todos abocadísimos a su quehacer. concentrados.
Extraje de mi mochila un bizcochuelo, enorme, lo partí en mil pedazos, y los obreros vinieron a merendar.
Allí estaban ellos, entre los obreros, allí estaban y recién ahora me doy cuenta de que los extraño tanto. Que ella tuvo un hijo que lo llamó Lucas, y es tan pequeño, pero no tanto como para que yo no lo supiera. Dios, cuánto los extraño, y no es justo llorar, no quiero llorar. Y lloro, y no puedo dejar de llorar. Porque nos prometemos que nos vamos a ver más seguido, juramos que ni bien termine la merienda nos vamos a pasear por algún lugar. Pero lloro, porque sé que es mentira, no podría explicar por qué es mentira, pero lo sé. Tampoco puedo explicar por qué lloro, pero lloro.
No les voy a decir que en mi mochila tengo un paquete enorme de Chocolinas. No les voy a decir nada, y se las voy a dejar cuando me vaya, casi por descuido, para que piensen que es un milagro, y puedan merendar mañana.
Tengo miedo de la colina esa, a la vuelta. Será hacia abajo.
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