El dulce de membrillo que corría por sus venas le dificultaba la motricidad.
Decidió, pues, descansar en aquel banco verde inclinado.
Abría y cerraba sus puños, casi como un autómata. Las uñas ennegrecidas demasiado largas impedían cerrarlo por completo.
El banco estaba inclinado, pero quieto.
Un viento frío golpeaba su nuca desnuda. ¡Cómo deseaba tener una bufanda!
El servicio meteorológico no sirve para nada, pero qué hermosa fotografía de una tormenta eléctrica había podido disfrutar, mientras se abrigaba con casi nada, casi todo, para salir a sufrir.
Un café, un café, un café, cuántos van.
Mejor despegarse del banco, mejor seguir caminando.
Ya estuvo bien de café, igual el sueño es mucho.
Mejor seguir caminando.
El dulce de membrillo, ahí en las venas, demasiado frío, casi congelado. ¿Por qué esta condena de carecer de sangre líquida? Quizá con el viento helado sería algo parecido, pero sería sangre, sangre, no esta maldita dulzura diabética que atraía a tantas moscas a su alrededor con cada pequeño corte insignificante.
Las uñas negras, las uñas negras, será el café seguramente.
Los hombres que tienen sangre de membrillo no parpadean, nunca, ¡si lo sabré yo! Lo que sucede es que en general uno no se fija en eso. Demasiado pendiente está de otras cosas para fijarse en el parpadeo, a menos que moleste por exceso. La carencia de apertura y cierre de párpados no llama la atención. Como casi todas las carencias. La opulencia, lo mucho sí llama la atención, interviene con lo preestablecido, supera el techo, y, ergo, molesta. Lo poco, lo que está casi por debajo del suelo, se oculta.
Cuando sopla el viento frío, como soplaba esa tarde, la carencia de parpadeo es realmente una complicación. Ojalá que llueva, (como diría Rodrigo) pero para mojarle los ojos. Chiquita se le volvió la pupila, de tanta luz sin nubes.
Igualmente ahí estaba la solución, como siempre al alcance de la mano. Y era más bien al revés, la mano debía alcanzar al ojo, uñas ennegrecidas mediante, y arrancarlo prolijamente.
Entonces se evacuaría el membrillo, como un torrente. Podrían decorarse facturas o terminar pastafrolas. Podría entonces caminar más ligero, chocándose claro está con cada obstáculo. Podría también, seguir así, como hasta ahora.
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