ocurrió el desborde ahí en la orilla de la pollera azul, sin aviso, sin hilacha previa, sin forcejeo, solo un desborde fresco y abundante.
ocurrió el desborde que debía ocurrir, los embalses infinitos también tienen límites.
y los peces nadaron por el aire tanto rato que casi les crecen pulmones.
y ella quiso abrazarse pero tenía ese espacio ya tan ocupado y tan sin nada y no importaba, o no se acordaba y si realmente importaba.
sabía allí abajo, bajo su suela, el vacío oscuro, pero miraba los peces, sus súbitos pulmones verdes, amarillos, de tantos colores. Hoy no quería llorar.
Tuesday, August 28, 2007
Sunday, August 19, 2007
Las vueltas de Ývanna
Ývanna había nacido allá por el año 1935 en uno de esos pueblitos de Polonia que de tan pequeños y perdidos han olvidado su nombre.
De su infancia guarda el nítido recuerdo de el terror de aquella tarde de otoño en la que se escabullió en el cuarto de su madre y tomó sin permiso su cajita musical. Sabía que con sólo dar cuerda al diminuto mecanismo lateral desataría esa mágica sinfonía, esa danza triunfal de interminables giros.
Ývanna disfrutaba del baile de la pequeña muñequita, casi tan pequeña como ella. Cerraba sus ojos y dejaba que la música monótona y metálica se transforme en magníficos acordes de pianos, trombones, clarinetes y acordeones. Entonces lo decidió, ella quería ser esa pequeña muñequita.
Así, en secreto, porque su madre nunca se lo hubiera permitido, se deslizó hasta la espesura de el bosque gris que rodeaba su casa natal. Allí, cubierta por el manto protector de la maleza comenzó a girar y girar, como si ella misma fuera parte de la cajita de su madre.
Giró y giró y des- cu -brió (shhh, esto es un secreto) que si fijaba la vista en sus pequeñas manos no se mareaba nunca. Miraba cada una de sus uñas llenas de mugre, sacudía sus falanges, y podía continuar girando hasta que el mundo alrededor se transformara en una línea infinita. Y podía continuar girando hasta senti que no era ella quien se movía sino todo lo demás, que ella estaba muy quieta, casi flotando.
Cuando sus padres decidieron trasladarse a Norteamérica por razones que sólo los grandes pueden entender, a ella la envolvió una tristeza profunda, azul oscuro, que sólo comenzó a desteñirse tiempo después. Fue cerca de 1950, fue un jazz cualquiera, porque lo que importaba no era el jazz, ni el joven que bailaba con ella, sino los giros. Ývanna volvió a girar y girar, y miraba sus manos, que ya no eran manos regordetas de niña sino finas manos de mujer. Ahí estaban sus dedos entrelazados con los de Jeremy. Y los giros, y las vueltas, y las manos.
Y sus manos continuaron girando, en rondas infantiles con sus hijos, revolviendo mezclas para pasteles multicolores, limpiando espejos en donde nunca se miraba.
Una mañana en medio del movimiento circular que espantaba una mosca del cereal de su hija menor, detuvo su mano en el aire y quedó atónita. Acercó lentamente la otra, a la misma altura, se apoyó en la ventana para verlas mejor. Recorrió con el dedo índice de la mano derecha los incipientes surcos de la izquierda, y ahí nomás se decidió. Era tiempo de la última vuelta. Volver a Polonia, adentrarse en el bosque, y girar a escondidas, dejando sus manos envejecer lentamente, llenarse de arrugas y detener el tiempo transformando el mundo en esa línea, en esa línea.
De su infancia guarda el nítido recuerdo de el terror de aquella tarde de otoño en la que se escabullió en el cuarto de su madre y tomó sin permiso su cajita musical. Sabía que con sólo dar cuerda al diminuto mecanismo lateral desataría esa mágica sinfonía, esa danza triunfal de interminables giros.
Ývanna disfrutaba del baile de la pequeña muñequita, casi tan pequeña como ella. Cerraba sus ojos y dejaba que la música monótona y metálica se transforme en magníficos acordes de pianos, trombones, clarinetes y acordeones. Entonces lo decidió, ella quería ser esa pequeña muñequita.
Así, en secreto, porque su madre nunca se lo hubiera permitido, se deslizó hasta la espesura de el bosque gris que rodeaba su casa natal. Allí, cubierta por el manto protector de la maleza comenzó a girar y girar, como si ella misma fuera parte de la cajita de su madre.
Giró y giró y des- cu -brió (shhh, esto es un secreto) que si fijaba la vista en sus pequeñas manos no se mareaba nunca. Miraba cada una de sus uñas llenas de mugre, sacudía sus falanges, y podía continuar girando hasta que el mundo alrededor se transformara en una línea infinita. Y podía continuar girando hasta senti que no era ella quien se movía sino todo lo demás, que ella estaba muy quieta, casi flotando.
Cuando sus padres decidieron trasladarse a Norteamérica por razones que sólo los grandes pueden entender, a ella la envolvió una tristeza profunda, azul oscuro, que sólo comenzó a desteñirse tiempo después. Fue cerca de 1950, fue un jazz cualquiera, porque lo que importaba no era el jazz, ni el joven que bailaba con ella, sino los giros. Ývanna volvió a girar y girar, y miraba sus manos, que ya no eran manos regordetas de niña sino finas manos de mujer. Ahí estaban sus dedos entrelazados con los de Jeremy. Y los giros, y las vueltas, y las manos.
Y sus manos continuaron girando, en rondas infantiles con sus hijos, revolviendo mezclas para pasteles multicolores, limpiando espejos en donde nunca se miraba.
Una mañana en medio del movimiento circular que espantaba una mosca del cereal de su hija menor, detuvo su mano en el aire y quedó atónita. Acercó lentamente la otra, a la misma altura, se apoyó en la ventana para verlas mejor. Recorrió con el dedo índice de la mano derecha los incipientes surcos de la izquierda, y ahí nomás se decidió. Era tiempo de la última vuelta. Volver a Polonia, adentrarse en el bosque, y girar a escondidas, dejando sus manos envejecer lentamente, llenarse de arrugas y detener el tiempo transformando el mundo en esa línea, en esa línea.
Thursday, August 16, 2007
Johnny y la debacle
CAPÍTULO 1
Johnny no supo bien por qué pero su maestra de buenas a primeras comenzó a gritarle frases descabelladas, órdenes encontradas que referían a moverse hacia algún lado.
Haciendo memoria Johnny llegó a la conclusión de que todo comenzó esa tarde, que por equivocación se aproximó al laboratorio y abrió la puerta. Allí la vio a su maestra arrojada en el suelo siendo fotografiada.
Con un gesto desaprobatorio otras manos docentes lo instaron a retirarse, pero él quedó petrificado ahí mismo, junto a la puerta, con la mirada fija en su maestra quien finalmente se levantó y se acercó a explicarle que no se asuste, que no pasaba nada, que estaban haciendo un experimento.
Johnny se fue, porque supo que debía irse, pero ese recreo no lo compartió con nadie más que con esa imagen que se imprimió en su mente. Su maestra ahí, ¿por qué? ¿qué clase de experimento infame estaban realizando con su maestra? ¿por qué él debía retirarse?
Hoy, una vez consumada la fatídica transformación, comprende, asume que ese experimento en aparencia inocente era el inicio de la debacle.
Johnny no supo bien por qué pero su maestra de buenas a primeras comenzó a gritarle frases descabelladas, órdenes encontradas que referían a moverse hacia algún lado.
Haciendo memoria Johnny llegó a la conclusión de que todo comenzó esa tarde, que por equivocación se aproximó al laboratorio y abrió la puerta. Allí la vio a su maestra arrojada en el suelo siendo fotografiada.
Con un gesto desaprobatorio otras manos docentes lo instaron a retirarse, pero él quedó petrificado ahí mismo, junto a la puerta, con la mirada fija en su maestra quien finalmente se levantó y se acercó a explicarle que no se asuste, que no pasaba nada, que estaban haciendo un experimento.
Johnny se fue, porque supo que debía irse, pero ese recreo no lo compartió con nadie más que con esa imagen que se imprimió en su mente. Su maestra ahí, ¿por qué? ¿qué clase de experimento infame estaban realizando con su maestra? ¿por qué él debía retirarse?
Hoy, una vez consumada la fatídica transformación, comprende, asume que ese experimento en aparencia inocente era el inicio de la debacle.
Tuesday, August 07, 2007
punto y coma
Y te me escapás constantemente, tanto que vuelvo a buscarte aún sabiendo de antemano que lograrás escabullirte.
Esa única certeza del piso, ahí, cuando se caiga. Aunque sería bien hermoso caer, y caer, y caer, casi como Alicia. Pero uff, aún ella llegó.
Y caer y caer, y ver pasar las mismas imágenes una y otra vez, cada vez que la secuencia termina y vuelve a comenzar.
Caer y caer, como caigo aún sabiendo de antemano que dejaré de caer en algún momento.
Dejarme caer en tu búsqueda quizá sólo por esa triste única certeza.
Esa única certeza del piso, ahí, cuando se caiga. Aunque sería bien hermoso caer, y caer, y caer, casi como Alicia. Pero uff, aún ella llegó.
Y caer y caer, y ver pasar las mismas imágenes una y otra vez, cada vez que la secuencia termina y vuelve a comenzar.
Caer y caer, como caigo aún sabiendo de antemano que dejaré de caer en algún momento.
Dejarme caer en tu búsqueda quizá sólo por esa triste única certeza.
Thursday, August 02, 2007
La educación afectiva (cursi, qué más)
Aprenderás a abrazar
cuando se pueda
aprenderás luego a desprenderte.
Aprenderás a querer
sin restricciones
y aprenderás, si aún no lo aprendiste
que no siempre te quieren
Aprenderás a decir
todo todo
aprenderás a callar
más de la cuenta
y aunque te cueste
aprenderás a ser desoída
como corresponde,
con dignidad mapuche
Aprenderás el valor de la palabra
aprenderás el calor de la caricia
descubrirás con exactitud
lo que necesitas
y desde ahí... el vacío
Y no aceptarás menos que eso
aunque te duela un abismo
aunque se pierda el encanto
de la espera finita
aunque te pierdas deseando
y te desees perdida.
Aprenderás entonces
si es que sobrevives
a estar viva.
cuando se pueda
aprenderás luego a desprenderte.
Aprenderás a querer
sin restricciones
y aprenderás, si aún no lo aprendiste
que no siempre te quieren
Aprenderás a decir
todo todo
aprenderás a callar
más de la cuenta
y aunque te cueste
aprenderás a ser desoída
como corresponde,
con dignidad mapuche
Aprenderás el valor de la palabra
aprenderás el calor de la caricia
descubrirás con exactitud
lo que necesitas
y desde ahí... el vacío
Y no aceptarás menos que eso
aunque te duela un abismo
aunque se pierda el encanto
de la espera finita
aunque te pierdas deseando
y te desees perdida.
Aprenderás entonces
si es que sobrevives
a estar viva.
Sonia aprendió a abrazar, Bruno tuvo mucho que ver en ese aprendizaje.
Sonia al principio cerraba fuerte los ojos, contaba los segundos, contenía la respiración y palmoteaba rítmicamente el la espalda del abrazado, hasta que termine.
El suplicio era tal que prefería no nombrarlo.
La tortura comenzaba en la panza, como comienzan todas las torturas, por dentro, cuando se siente la seguridad de la amenaza ahí entre los ojos. Comenzaba con esas ganas, esa necesidad. Pensarla cursi era una salida de emergencia. Por qué abrazar en el mundo globalizado. Pero ella quería eso, ahí, en el esófago, dónde se expresan las ganas. Luego ese adelantarse y retrodecer, imperceptible, con las manos en los bolsillos, y quizá sí, pero quizá no, nunca pedirlo, nunca pedirlo. Bruno la abrazó a la fuerza, de golpe, y ella no tuvo más que sacar sus manos de los bolsillos y palmotearle el hombro.
El miedo era tan claro, lo de siempre vio? el rechazo y esas pequeñeces que se vuelven grandes en el silencio incómodo de quien piensa y repiensa.
Sonia al principio cerraba fuerte los ojos, contaba los segundos, contenía la respiración y palmoteaba rítmicamente el la espalda del abrazado, hasta que termine.
El suplicio era tal que prefería no nombrarlo.
La tortura comenzaba en la panza, como comienzan todas las torturas, por dentro, cuando se siente la seguridad de la amenaza ahí entre los ojos. Comenzaba con esas ganas, esa necesidad. Pensarla cursi era una salida de emergencia. Por qué abrazar en el mundo globalizado. Pero ella quería eso, ahí, en el esófago, dónde se expresan las ganas. Luego ese adelantarse y retrodecer, imperceptible, con las manos en los bolsillos, y quizá sí, pero quizá no, nunca pedirlo, nunca pedirlo. Bruno la abrazó a la fuerza, de golpe, y ella no tuvo más que sacar sus manos de los bolsillos y palmotearle el hombro.
El miedo era tan claro, lo de siempre vio? el rechazo y esas pequeñeces que se vuelven grandes en el silencio incómodo de quien piensa y repiensa.
Hasta que nos tape la mierda
Acumular cajas y bolsas de polietileno. Permitir a los hongos proliferar como enredaderas en los azulejos. No preguntar, no mover nada. Que no se agite el polvo y crezca y crezca el médano sutil. Hasta que nos tape la mierda.
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