Sonia aprendió a abrazar, Bruno tuvo mucho que ver en ese aprendizaje.
Sonia al principio cerraba fuerte los ojos, contaba los segundos, contenía la respiración y palmoteaba rítmicamente el la espalda del abrazado, hasta que termine.
El suplicio era tal que prefería no nombrarlo.
La tortura comenzaba en la panza, como comienzan todas las torturas, por dentro, cuando se siente la seguridad de la amenaza ahí entre los ojos. Comenzaba con esas ganas, esa necesidad. Pensarla cursi era una salida de emergencia. Por qué abrazar en el mundo globalizado. Pero ella quería eso, ahí, en el esófago, dónde se expresan las ganas. Luego ese adelantarse y retrodecer, imperceptible, con las manos en los bolsillos, y quizá sí, pero quizá no, nunca pedirlo, nunca pedirlo. Bruno la abrazó a la fuerza, de golpe, y ella no tuvo más que sacar sus manos de los bolsillos y palmotearle el hombro.
El miedo era tan claro, lo de siempre vio? el rechazo y esas pequeñeces que se vuelven grandes en el silencio incómodo de quien piensa y repiensa.
No comments:
Post a Comment