La plaza estaba vacía antes de que llegáramos. Ahí los bancos, como si nada, como si todo.
El cielo estaba completamente despejado. El sol en su lugar.
Y nosotros caminamos, llegamos, nos paramos frente al monumento de la hipocresía y escupimos esas palabras que llevábamos en el pecho.
Pisoteamos el pasto, saltamos sobre las tumbas, escarbamos y nos llevamos de souvenir algo de tierra.
En casa mamá lavaría nuestras camisetas blancas de algodón, manchadas de barro. Ensuciarse hace bien.
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