Ahí donde hay deseo, hay necesidad y hubo satisfacción. Ironía. Ahí, en ese espacio vacío, en ese preciso hueco, para edificarse como tal, para que yo lo reconozca como vacío, hubo algo, hubo placer, hubo lo que no hay, lo que busco, lo que dudo de tanto buscar que sea placer y que de a ratos se convierte en esta patética costumbre de buscar y buscar y desear y necesitar y saberlo tan distinto y tan igual.
Sí, es bien triste admitir que si soy infeliz es porque supe saborear la felicidad. ¿En qué tiempo ocurrió eso? ¿Acaso en otra vida? ¿Acaso todo yace, Freud mediante, en el limbo del oscuro inconciente?
Yo soy quien reprime el deseo. Si reprimo el deseo no descargo el afecto, si no lo descargo no me satisfago, si no me satisfago...
Pero no es cierto, traslado el afecto (energético queridísimos, no pura ternura, también ira, también angustia, también), armo palabras y oraciones, sublimo, sublimo, y de vez en cuando, de vez en cuando.... shhhhh.
Derivo la energía, la distribuyo, un poco para acá, otro poco para allá, quizá todos los platos puedan continuar girando, si los toco a penas, si no pierdo tiempo. En cuanto se caiga uno caerán todos, porque ya no tendrá sentido seguir la pantomima del nefasto equilibrio.
Si deseo es porque supe ser feliz. Ironía. Ironía. Ironía.
Recordar es el primer paso para olvidar. Pero no viceversa, porque el olvido, el sin querer, ese que una cree que no ocurrió, qué peligroso. Dejarte caer, concientemente, es parte de este aprendizaje. Mirarte caer mientras caés, e irme mirándote mirarme mientras me voy. Trasdadar mi deseo de plenitud a cualquier otro lado sabiendo que uno no desea lo que nunca tuvo. ¿Cuándo, en qué mundo, en qué vida? ¿Acaso pasado presente y futuro se yuxtaponen? ¿Acaso ando deseando lo que tuve en un futuro inventado por qué otro?
¿Qué aprendimos hoy amiguitos? Mucho Profesor Sigmund, mucho. Pero es tanto lo que aprendí, que no me alcanza la piel para llevarlo a la práctica. Y la teoría por sí misma, usted sabe.
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