Monday, May 15, 2006

El niño tiene sed y no hay naranjas.

Doy un pasito afuera de la cama y hace más frío de lo que pensaba. Quiero quedarme acá, para siempre. Ese siempre que son dos minutos, porque hay que levantarse, aunque no se quiera. Aunque se sepa de antemano cómo sucederá todo.

El empedrado húmedo quiere que te resbales, pero una hace malabares y no se cae, para no mojarse la ropa, para no molestar, para seguir caminando y hacer el circuito diurno rápido, lo más rápido posible, hasta volver a la cama. Para volver a dormir, y a despertarse, y a animarse al frío y a las baldosas resbaladizas y húmedas de otoño.

Nada bueno sale cuando se está tan triste, pueden salir solo lágrmitas, y a veces ni eso. A veces se llora para adentro, inundando las entrañas, tiñiendo todo de negro, vistiéndose de angustia. De adentro para afuera, como se viste la angustia.
Llorar en la cama y esperar, el tiempo que se pueda. Hacer lo cotidiano sin cuestionarse demasiado. Si pienso un poco, pienso más. Si pienso más me quedo inmóvil en esa esquina de Sucre y Crámer para siempre. Y me crecen raíces en los pies. Y el portero de la esquina se acercará a regarme. Y el agua será fría, como esta mañana, pero la necesitaré para contrarrestar la tibieza de las lágrimas que corren por dentro.

Entonces, porque nada bueno sale, mejor que salga todo, lo que sea que haya. Porque hay que limpiarse bien las orejas cuando te bañás, para escuchar mejor.
Quizá la próxima vez sea más cuidadosa y elija otro camino que me permita evadir las baldosas húmedas de mayo.

1 comment:

lara said...

¿"Helene", finalmente te resbalaste y te diste flor de golpe o tus malabares lo impidieron?