No recordarás nada cuando despiertes del coma. Dormiste tantos meses después del derrumbe. Toda tu casa, todo el polvillo, y ni un recuerdo.
El peso sí, eso lo sientes aún en el pecho. Pero nada más.
La máquina a la que estás conectada suena segundo tras segundo. Está bien eso, el sonido reconforta esas ruinas silenciosas, ese espacio apretado en una cama ajena.
Las frazadas son pocas pero no sientes frío. No sientes nada, solo el peso que ya pasó, y ese sonido, esa sirena varada, ese pendular constante entre una y otra orilla.
Él se quedó del otro lado, como otras veces. Pero esta vez, cuando despiertes, ya no volverás. Porque no sabrás cómo hacerlo. Y la sola idea de dejarlo para siempre esperando en esa playa te angustia y te excita. Es lo correcto.
Vos esperaste demasiado en medio del mar, es hora de volver y caminar tierra adentro. Es hora de arriesgarse y buscar otra casa. Es hora de olvidar, si eso es posible.
Uno, dos, tres.
Aquí estás de nuevo, y pronto, cuando despiertes del todo, cuando salgas de esa penumbra soñolienta, sólo ese dolor en el pecho te dará una pista de tu recorrido. Pronto cuando despiertes del todo, él allá, y vos, al lado de la máquina.
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