Era el cumpleaños de Katie. Hacía meses que Katie venía anunciándolo, preparándolo, entusiasmándolos. Todos esperaban ansiosos ese día, incluso Johnny que tiene una forma tan particular y poco clara de estar ansioso.
Johnny pasó toda la mañana del sábado pensando en qué ropa se pondría, cuánto perfume. Imaginaba cada instante clásico de los cumpleaños, los regalos, los juegos, el baile, la torta y las velitas. De algún modo cada cumpleaños al que iba era un poco el suyo, pero no, este era el cumple de Katie y no el suyo, tenía que acordarse, nadie se lo perdonaría de otro modo.
La mamá de Johnny lo llevó cuando el cumpleaños ya estaba empezado, siempre llegaban tarde. A J0hnny le molestaba un poco llegar tarde, pero se había acostumbrado, era tan cotidiano que casi constituía un toque idiosincrático de su organización familiar.
Por eso, por llegar tarde, es que no entendió al principio. Por eso es que tuvo que ir reconstruyendo la historia por partes, como un rompecabezas.
Al entrar recorrió el salón, algo oscuro, algo rojo, algo amarillo, algo sucio, con el paquete enorme del regalo. Buscaba a Katie. Una mano adulta femenina lo detuvo, sería la mamá de Katie, no estaba seguro. Tal vez la mamá, tal vez la animadora... nono, la animadora estaba vestida de Hada multicolor. Entonces la mamá... ¿en zapatillas? nono, sería la niñera, la tía desprolija, alguien que sabía.
"Dejálo por ahí, no te hagas problema, después se lo damos".
Johnny que sólo había visto las zapatillas y la mano femenina dejó el paquete donde se le indicaba y continuó adentrándose en la fiesta. Saludó a sus amigos y preguntó por Katie. Le respondieron de formas vaguísimas. Hombros levantados, manos rascando el mentón, labios inferiores en puchero.
"Creo que se fue".
No podía ser, eso sí que no. Estaría por ahí, pero no podía irse, era SU cumpleaños. La siguió buscando, esperando. No podía prestar atención a los trucos de magia, y de algún modo era mejor así, porque eran tan básicos y aburridos que le habrían molestado.
Luego llegó la hora del baile y él hizo su baile, aquel que consistía en sacudir los brazos hacia arriba y zapatear como le había enseñado su maestra de música. Lo de los brazos lo había inventado él, y le encantaba.
Cuando nada lo veía decidió investigar la desaparición de Katie y se escabullió en el salón de los grandes.
"Se puso muy nerviosa, y no quería, no quería. Alguien le dijo feliz cumpleaños y ella no quiere que le digan nada. La mandé a casa".
Tenían razón. Johnny no podía entenderlo, el cumple de Katie y ella no estaba. ¿Cómo era posible que todos estuvieran tan tranquilos? ¿Por qué las animadoras seguían haciendo juegos? ¿Qué estaban festejando ellos ahí bailando alegres? ¿Cómo su madre, que ahora sabía que no era aquella fémina de zapatillas porque tenía unos zapatos negros de charol puntiagudos, comía un sanguchito de jamón y queso doblado a la mitad, sin atragantarse por la angustia?
Johnny corrió a contar lo que había descubierto. Quiso interrumpir esta farsa. Imaginó pararse frente a todos y decir ya basta, Katie no está, si no está ella nos vamos todos.
Corrió y corrió sin parar. La distancia entre el salón de los grandes y el de baile se le hizo interminable. Con alguien se chocó, ese alguien dijo una palabra fea, muy fea, de esas que sólo había escuchado decir a su abuelo alguna vez. Ese alguien llevaba una torta con velitas. Había que actuar rápido, antes de que llegara, antes de que se apropiaran del cumpleaños por completo.
Corrió, empujó, pero todos alrededor de la torta cantaban: "que los cumplas Katie, que los cumplas feliz". Y luego en inglés, y en alemán, alguien cantó en quechua. Johnny gritaba y empujaba pero nadie ni siquiera lo miraba. Manos descolgadas desde el techo sacaron fotos y los flashes y las velas y la música y los aplausos.
"Soplen todos chicos las velitas".
Y Johnny casi sin querer, casi obligado, pero secretamente contento, también sopló.
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