A veces a Marilyn (o la Mari para los amigos) le cuesta atravesar las turbulencias. Y uno creería que se habla de turbulencias metafísicas, esos períodos casi cotidianos en que todo pareciera derrumbarse, pero no, aunque sí un poco. No, definitivamente no, las turbulencias por las que atraviesa Marilyn son turbulencias reales.
Cuando suceden, cuando logra preverlas, Marilyn se abrocha el cinturón de seguridad en su cama.
Son terribles las turbulencias, a veces cree que de veras se caerá y se dará la frente contra el suelo.
Dormir, dormitar, permanecer en la insomne vigilia de quien tiene miedo.
Al principio, cuando ocurrieron por primera vez, alguien la tanquilizó, le dijo con calma "ya pasa, ya pasa" hasta que finalmente pasó y ella pudo levantarse de su improvisado asiento y seguir con su vida. Pero entonces la vida era otra cosa y las turbulencias la correspondían. Entonces la vida era jugar, pelearse, querer determinada muñeca (o por qué no autito), hacer lo que dice mamá (rara vez papá), o no hacerlo. Y en concordancia las turbulencias tenían ese hipo atolondrado de quien aprende a llorar, ese mecerce casi lúdico de una hamaca, y el "ya va a pasar" con la misma melodía del Martín Pescador.
Y sí, pasará pasará pero el último quedará, que más bien quiere decir que cuando ella sea última quedará atrapada para siempre. Por eso hay que correr y correr, y sólo detenerse de vez en cuando para sufrir (o disfrutar por qué no) las turbulencias.
A medida que fue pasando la vida, también como en Martín Pescador, y no muy lejos de la hamaca las turbulencias fueron complicándose. Eran más fuertes, ya no era un juego. Y la fuerza de esa voz que decía ese slogan pacificador se fue adormeciendo entre las sábanas.
Marilyn llegó a pensar, en una de sus peores turbulencias que quizá sería esta "la última". Pero a ella extrañamente no le preocupaba la muerte, menos en esos momentos, sino la permanencia, la eternidad en el estado calamitoso de la duda, de la intemperie a pesar de las frazadas. La extensión ilimitada de ese parasiempre quejumbroso sin horizontes. El temblor irremediable y la obligación de seguir con él a cuestas.
Aprendió cómo distinguirlas de temblores pasajeros, de escalosfríos y calambres. Descubrió el modo de dormir a través de ellas, bien aferrada al colchón. Y soñó los sueños más coherentes, que no necesariamente son los mejores porque cómo decir si un sueño es mejor que otro. Porque los sueños son y punto y eso es lo que más disfrutaba de atravesar las turbulencias dormida. Eso que era a pesar suyo, a través suyo, que no pretendía nada de ella para suceder. Las turbulencias esperaban una conducta a la que ella respondió consecuentemente con una perfecta inconducta, con una pasividad solemne, casi estoica.
Entonces si bien cierto que a Marilyn le cuesta atravesar las turbulencias, visto desde afuera, cuando los amigos nos juntamos a verla sufrir amarrada a su catre, solemos pensar que no es tan terrible, que es un ratito temblando y "ya va a pasar", aunque esto no lo decimos, para no incomodarla.
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