En el mundo del tal vez nada es seguro.
Mejor aferrarse a lo breve, a lo chiquito.
¡Ojo! Cuidado con sobredimensionarlo. Es el teterno peligro de los buscadores de inmutables realidades.
La palabra urgente que no debe ser dicha se te escapará de los labios cuando estés dormido y el barroco esperanto nos abrazará de pronto.
Esa maldita tendencia al guión cinematográfico.
Mañana, si una pudiese confiar en su existencia, se intentará historizar lo ocurrido.
Comenzará la búsqueda arqueológica de los detalles pequeños (lo breve, lo chiquito).
Pasarán horas atando cabos en silencio y solos, reconstruyendo una historia que los llevó por delante sin pedirles permiso.
De tanto escarbar en es pasado cercano para ponerlo en vitrinas es probable, aunque gracias a Dios no inevitable, que el presente se escape, se convierta en el solvente para diluir y aumentar la superficie de ese pasado en construcción.
Escribir ahora que hay tiempo, si no lo hubiera tampoco se realizaría tan minucioso trabajo sobre el recuerdo.
Es que la palabra urgente no será dicha más qeu a oscuras, por tanto se habrá de esperar el momento propicio y, de no hallarse tal cosa, pues se continuará en ese silencio desvergonzado cubierto de ruidos superfluos.
El lazo, siempre el lazo.
Querer que todo sea para siempre.
Temer que todo sea para siempre.
Si lo breve es lo único, aceptarlo es resignarse un poco. Se hará de cuenta que...
Pero entonces, cuando en ese breve instante haya la sombra necesaria, la palabra urgente, la verdad esencial, surgirá como un estandarte, marcará un límite entre la realidad y la utopía.
Se sabrá entonces qeu se acepta lo que es por es; pero...
Abrir la ventana y volver a cerrar. Mirarse en el reflejo y saber esto breve sólo un recuerdo.
Caminar ¿Hacia dónde?
Quizá escapando un poco
de mí,
de lo breve,
también de la utopía.
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